Revista del Pensamiento Político

La resurrección del common sense.

Sobre las elecciones midterm en Estados Unidos.

(noviembre de 2022)[1]

Prof. José J. Sanmartín (Universidad de Alicante, España). Presidente, RADIX INTELLIGENTIA. Lifetime Member: American Political Science Association, American Historical Association, International Political Science Association.

  1. Introducción: democracia como libertad.

          Los resultados de las elecciones midterm celebradas en Estados Unidos durante el mes de noviembre de 2022 han manifestado -de nuevo- contradicciones y pulsiones, fortalezas o vulnerabilidades, de su democracia. Ninguno de los dos grandes partidos ha logrado derrotar al otro; los votos han quedado repartidos, con victorias y derrotas por doquier. El primer enfrentamiento de un torneo que continuará en las siguientes convocatorias electorales. Se trata de un orden de libertad donde confluye un casi infinito universo de particularidades. La cristalización de un sistema político tan extremadamente plural comporta su inevitable correlato en las ideas y las acciones. El American Dream continúa gravitando como referencia utópica, pero también como fuerza motora para la conquista de nuevos espacios de libertad. El practical idealism opera como realidad en sí misma. Estados Unidos no renuncia a ambas dimensiones; el empirismo y el idealismo también son exigidos a sus políticos. La capacidad para aunarlos -y, llegado el caso, de culminarlos- resulta definitorio del voto.

El agotamiento electoral de Donald Trump y sus candidatos en estas elecciones midterm ha sido resultado de su incapacidad -manifiesta, lacerante- para sumar ambas esferas. El ex Presidente ya no es visto como un proveedor de soluciones, como sí ocurrió en su campaña presidencial de 2016. Aún con rudeza y simplificaciones, Trump logró proyectar entonces un mensaje de operatividad que le condujo a la Casa Blanca. La recuperación de la verdadera naturaleza del país profundo, la vuelta a los valores tradicionales que edificaron un bienestar sin paragón, entre otros materiales, hicieron de Trump un rebelde de la derecha, un inconformista frente al establishment. El antielitismo de Trump -no exento de cierto folclorismo ideológico-, junto a su atención en los problemas de las clases trabajadoras, le granjearon el apoyo de amplias capas sociales. La promesa de una mejora sustancial de la Economía, expansión del empleo, desarrollo empresarial, crecimiento industrial, entre otros objetivos, quedó elevada a la categoría de garantía personal.   

Tales éxitos quedaron posteriormente difuminados ante una retórica basada en la provocación continua, el aplastamiento de los críticos, la negación de lo adverso; la opinión pública -favorable o contraria a Trump- comprendía que, en sustancia, se trataba de tácticas evasivas. En política, la desatención a los problemas reales implica -indefectiblemente- un reconocimiento de la propia ineptitud; la agresividad de Trump aparecía como una huida de la realidad. Semejante grado de desconexión tiene costes para un mandatario. Por otro lado, la creación de categorías excluyentes mediante la aplicación del sofisma schmittiano amigo/enemigo creaban graves tensiones sociales. La manifiesta falta de voluntad de Trump para construir un discurso inclusivo ahondó la fractura dentro de la sociedad estadounidense. El veneno del odio ideológico destilado por unos contra otros fue esparciéndose como una mancha tóxica. Hechos violentos acotados adquirían un efecto multiplicador a causa de una espiral de violencia -primero verbal desde arriba, luego física desde abajo- a la que nadie parecía tener capacidad y/o voluntad de poner freno. El desastre estaba larvado; ahí sigue.

          La habilidad de mandatarios como Kennedy, Reagan o Clinton reposó en que supieron realizar -sin incoherencia alguna con su pensamiento político- la inclusión del otro. Discursos integradores y positivos, que motivasen la consecución de lo mejor por parte de todos. Los denominados “demócratas de Reagan” apoyaron al Presidente conservador durante sus dos mandatos; lo mismo cabe decir de los republicanos moderados que votaron a Kennedy o Clinton. Los referidos Presidentes -junto a otros igualmente meritorios- hicieron un eje pivotal de la cohesión a través de la unificación simbólica del país.

La gestión de la diversidad se impone como un deber ineludible para todo líder que aspire a perdurar. Gobernante puede ser una persona media, pero el status de estadista sólo lo alcanzará quien comprenda y prevea más allá del promedio. La provisión de soluciones antes de que aparezca el problema. En el siglo XXI las políticas esencialistas carecen de aplicación. El motivo es evidente: las sociedades abiertas cada vez son más plurales. La heterogeneidad es un hecho consustancial, ineludible. La superioridad de Occidente reside en disponer de las democracias más avanzadas, donde los derechos quedan afirmados y las minorías protegidas. Las acciones identitarias, las políticas nacionalistas, por ejemplo, están destinadas a generar distorsiones dentro del Estado o territorio que las imponga, así como en los países vecinos. Las advertencias de Isaiah Berlin sobre los peligros del nacionalismo mantienen su vigencia.

“El nacionalismo es sin duda la fuerza más poderosa y seguramente la más destructiva de nuestro tiempo. El peligro de una aniquilación completa tendrá probablemente su origen en una explosión de odio contra un enemigo, real o imaginario, de la nación, y no de una iglesia o de una clase; de la raza y no de la civilización” (Berlin, 2022: 110).

  • El valor de la proximidad.

En las elecciones midterm se han producido escenarios habituales e insólitos. En el Senado, la previsible victoria de candidatos demócratas en los Estados que se presentaban a estas elecciones en Nueva Inglaterra. Otro tanto cabe indicar de los triunfos republicanos en la mayoría de Estados sureños. Empero, lo relevante al caso reside más en los motivos para tales resultados que en su consecución. El rango de causas para votar a un candidato u otro ha quedado notablemente ampliada por los electores. Porque la evaluación global de resultados explica un empate técnico entre demócratas y republicanos. Las espadas siguen en alto hasta la próxima votación. El pueblo soberano, con sabio criterio, no ha refrendado a un partido u otro; estamos en fase de impasse a la espera de una clarificación. Los ciudadanos solicitan ese avance hacia una política humanista, donde la persona sea el centro (efectivo) de la acción pública. Medidas, no eslóganes.

La variedad de resultados puede constatarse también en las votaciones de propuestas e iniciativas en varios Estados. El retrato de las enormes diferencias entre territorios -y dentro de cada uno-, aparece reflejado con toda crudeza democrática. Así, en Oregón se dio prácticamente un empate al votarse la Measure 111 sobre “Universal Access to Health Care”. La medida fue aprobada por un exiguo 50’7 % a favor; pero en contra votó el 49’3 % de los electores. La consagración en la Constitución estatal de un “affordable health care” como derecho fundamental ha situado a Oregón a la vanguardia del país. Se trata del primer Estado en elevar a esa categoría legal lo dispuesto en la referida medida:

“It is the obligation of the state to ensure that every resident of Oregon has access to cost-effective, clinically appropriate and affordable health care as a fundamental right”.

Sin embargo, la dificultad para lograr su aprobación popular denota las dudas sobre la viabilidad de la propuesta, así como acerca de su financiación. Los recursos económicos para dotar de contenido -eficiente, no sólo efectivo- para lo que son public policies conforma en Estados Unidos una parte indisoluble del proceso decisorio. Cada elector tiene presente qué medidas se plantean y cómo serían pagadas; es decir, sobre quiénes recaerá el peso del esfuerzo presupuestario. La idea de eficiencia financiera es inherente a la concepción de democracia responsable que se practica en la nación. De ahí que los Estados con una alta percepción del aumento de la inflación, han sido los que más han castigado las políticas de gasto. La sombra del Gobierno Federal ha perjudicado candidaturas del Partido Demócrata en el Sur, por ejemplo. Allí, la victoria del republicano Kennedy como senador por Luisiana ha sido contundente frente al candidato antagonista.

La mesocracia norteamericana busca líderes, administradores, dirigentes y gestores; todo a la vez. La rendición de cuentas es la base de una carrera política; lo que se hace…y lo que no. En Estados Unidos se evalúan no sólo las acciones de un político; también sus inacciones quedan sometidas al escrutinio. La clave reside en verificar con certidumbres si se actúa -o no- por prudencia o por incapacidad.

Los ciudadanos exigen dirigentes que resuelvan problemas de manera ágil y efectiva; las riñas, las peleas, cada vez se ven más como estratagemas por parte de políticos incapaces de aportar soluciones. Arthur Schopenhauer nunca validó tamaño desafuero. Fuera de Estados Unidos se minusvalora la enorme carga emocional que para los valores patrióticos del pueblo estadounidense tuvieron los terribles hechos del asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. Aquel día, Donald Trump perdió toda posibilidad de recuperar la Presidencia. 

  • La caída de los semidioses.

En Estados Unidos la comprensión, hasta el perdón, se otorga por el pueblo antes que por los medios de comunicación. Esto suele acaecer de manera silente; casi siempre en forma de apoyo electoral para políticos que hacen acto de contrición por los pecados cometidos. Porque el país vive inserto en una religión política donde se requiere el debido respeto a creencias, valores, instituciones y símbolos. El Capitolio encarna la democracia como espacio de sacralidad institucional. Para las familias conservadoras la contemplación del ataque por parte de una horda de hunos (sin Atila al frente) contra instituciones sagradas de su país, fue vergonzoso y hasta traumático. El trumpismo se equivocó. La decantación hacia el dogmatismo fue consecuencia -inevitable, que no lógica- del irracionalismo en que habitaba. La profanación contra un icono de la democracia en el país como el Capitolio, marcó un antes y un después. En los últimos dos años se ha operado una transferencia de voto desde el paleoconservadurismo trumpista hacia posiciones más constructivas dentro y fuera del Partido Republicano.

Los radicales de izquierda y derecha quedarán como lo que siempre han sido: minorías ruidosamente estúpidas. Habitan en universos ideológicos moral y mentalmente atrofiados; el tiempo dirá si los psicólogos logran recuperarles. Mientras tanto, la mayoría silenciosa -tan despreciada por los sanedrines y los mandarines del elitismo- es la que recupera poder. Los mediocres intelectuales que alientan propuestas extremistas pierden fuelle. Su descrédito -arrastrado desde siempre- ha eclosionado con máxima estridencia a causa de sus fallidos análisis. Un fracaso tras otro, han demostrado una incapacidad enervante para comprender lo que está transformándose en la sociedad civil. Sea ultraderecha, sea ultraizquierda, se trata de la misma mentalidad de saltimbanquis amargados y vanidosos: constructores de mega teorías siderales pero incapaces de atender o resolver el más mínimo problema doméstico.

El populismo y las pulsiones irracionalistas en general han perdido una parte de su apoyo; pero no estamos ni siquiera ante el principio del fin de una tradición de ideologías emocionalmente exaltadas o racionalmente inasibles. Tales corrientes disponen de hondo arraigo en el pensamiento político; lo grave ha sido su influencia sobre partidos mayores. La historia electoral puede ir por una ruta no siempre coincidente con el peso ideológico que tenga el partido votado. Se reivindica de facto la recuperación de la tierra prometida en su vertiente más necesaria: la pax americana.

No se ha producido la nítida victoria anunciada de los candidatos trumpistas, pero tampoco se ha hundido el Partido Republicano. La estructura partidaria ha aguantado mejor que la nueva derecha de filiación trumpista. La excepción encarnada por Trump (que logró la victoria presidencial en votos electorales, no en votos populares) es de improbable repetición en el actual contexto. La leyenda del outsider ha periclitado, como el ciclo que permitió llegar a Trump a la Casa Blanca. Nadie quiere otro rebelde con ínfulas totémicas y mensajes destructivos. El populismo ha mostrado su auténtico rostro; los riesgos resultan inabordables para el país. Se acabó el experimento.   

Los estudios y las encuestas demuestran una mutación dentro de un espectro significativo del pueblo norteamericano. Rechazo al sectarismo, repudio del radicalismo; aversión a cualquier manifestación de odio ideológico, de exclusión de unos contra otros. Todos los parámetros señalan que esa tendencia irá a más -no a menos- en estos próximos años. Esto explica los resultados favorables a votaciones sobre derechos reproductivos en varios Estados; en la prosecución actual de rebajar la tensión, se apoya la opción que ya estaba en vigor. El electorado transmite el mensaje que ahora es el momento de evitar cambios bruscos. Paso a paso.

Ni Biden ni Trump podrán ser candidatos de sus respectivos partidos en la disputa por la Presidencia una vez concluya el actual mandato. El demócrata no ilusiona a nadie, y el republicano colisiona con prácticamente todos. Desde el propio Partido Republicano varios “jefes” se han apresurado a impulsar la emergencia de un posible líder de futuro en la figura de Ron DeSantis. Su inapelable éxito electoral en Florida ha servido de catalizador para quienes buscan porvenir después de Trump. El Gobernador, en realidad, ha sido continuador de calculadas políticas nítidamente trumpistas en Florida. Se trata de un político hábil que se mueve entre las tendencias emergentes -en cada momento histórico- que dominan dentro de las filas conservadoras; ha llegado el momento de salir fuera. Todo indica que el reforzado Gobernador de Florida se adaptará a lo que prime entre los republicanos. La cuestión decisiva es si tendrá idéntica capacidad adaptativa ante el conjunto de la sociedad estadounidense. Su justificada ambición le obligará a realizar un giro gradual hacia la transversalidad, si aspira a expandirse como candidato con opciones mayores en el conjunto del país. La sociedad exige una política de equilibrio y estabilidad, con alejamiento expreso de los extremos.

  • Hacer país, tender puentes, generar dividendos.

La política como noble servicio a la patria sólo puede recuperarse desde un discurso de orden y estabilidad. Ello comporta la necesidad -urgente- de recuperar la formulación del término medio aristotélico como hicieron los verdaderos estadistas -republicanos y demócratas- del siglo XX. Kennedy o Eisenhower, pero también Clinton, o el propio Nixon en su mejor etapa. No olvidemos la capacidad comunicadora de Ronald Reagan, con una proverbial inteligencia natural para la resolución de problemas. Un que los votantes exigirán del nuevo Presidente es que atienda ese frente: capacidad -demostrada- para aportar soluciones. Porque la figura de Biden refleja la de un Presidente de transición hacia otra forma de hacer política y país; la de siempre, la de ahora.

El Partido Demócrata también está llamado a realizar un cambio; en su caso, más quirúrgico. Se necesita aunar a los diferentes sectores populares que votan demócrata. No se trata sólo de alcanzar un pacto de caballeros entre los grupos que cohabitan dentro del partido. Esa falsa solución -cada vez que ha sido adoptada en el último siglo- ha sido históricamente un lastre para los demócratas, pues les permitía continuar encerrados en sus feudos. Tienen que salir del organigrama de la estructura partidaria y atender las necesidades del pueblo. No olvidemos que el triunfo de Trump vino por su compromiso ante problemas acuciantes que la política convencional no resolvía. Ahí está la meta; quién la alcance antes, tendrá el poder.

El Partido Demócrata tiene urgencia en remozar su estructura, acción y doctrina. El pragmatismo de una posición centrada que aglutine lo viable, lo practicable, lo mejorable. Reformismo social con liberalismo político generador de empirismo y actor de posibilismo; lo que rebase ese marco, conduciría al colapso a medio plazo (aún con algún éxito coyuntural inmediato). Cualquier destilación ideológica radical arruinaría el reforzamiento del Partido Demócrata. El ensimismamiento en grotescas luchas internas de poder -tan del gusto de los burócratas de partido- alargará la crisis de esa formación política. Además, los líderes deben partir de lo que Max Weber enseñó sobre la ética de convicción y la ética de la responsabilidad, entre otras materias; Clinton aprendió del maestro de Erfurt. De ahí la impronta weberiana de su Presidencia.

“El político tiene que vencer en sí mismo, día a día y hora a hora, a un enemigo muy habitual y demasiado humano, la vanidad, que es muy común y que es la enemiga mortal de la entrega a una causa y del distanciamiento, en este caso del distanciamiento respecto a sí mismo” (Weber, 2021: 222).

Los políticos conflictivos hacen mención recurrente a sus propias dificultades y adversidades, ataques que sufren, críticas que soportan. Se presentan como mártires de una malvada persecución maquiavélicamente orquestada por fuerzas ocultas; el mito de la Mano Negra sigue transida en el imaginario oportunista de los políticos mediocres, e incluso de algunos que podrían haber sido brillantes. Trump no es una excepción. Mediante teorías conspirativas, por absurdas que resulten, se procura eludir la propia responsabilidad. Además de proclamar así la vulneración de un precepto weberiano básico, también se identifica este como el momento preciso en que se produce el óbito político de un líder. En las democracias contemporáneas, la atención a los ciudadanos, el servicio al país, están por encima de cualquier miramiento personal. Un mandatario no tiene derecho a quejarse en público, ni a coreografiar un espectáculo plañidero que -supuesta o realmente- le mortifica. La manía persecutoria no es la mejor tarjeta de presentación para un político que debe resolver los problemas de sus conciudadanos. Trabajar y solucionar problemas, sin protestas. Responsabilidad y convicción; Weber.

La experiencia será un activo en la política que irrumpe. En ese contexto, la obra realizada en el servicio público, la empresa privada o cualquier otro ámbito profesional, aportará una ventaja (que será cualitativa si el currículum también lo es). Con todo, ese bagaje sólo será relevante para los electores de estar acompañado de un notable common sense. Se impone el regreso a los antiguos requisitos sobre los políticos. La búsqueda de un liderazgo empático y responsable al unísono, también. Personas capaces que puedan gestionar equipos cualificados en ámbitos de la sociedad, la economía, etc. El patrón establecido por Bill Clinton sigue operativo; public policies de intenso calado social pero también medidas facilitadoras del desarrollo empresarial, crecimiento económico, prosperidad general, aumento de riqueza en las familias, programas sociales, expansión del empleo, seguridad pública, entre otras acciones. La suma de lo mejor; el sincretismo que asume como propio todo aquello que contribuye con dividendos a la sociedad civil. El político que no sea capaz de trascender esa frontera, quedará excluido a partir de un determinado nivel institucional.

Si Trump y sus acólitos persistieren en su acción incendiaria es probable que se conviertan en los mejores reclutadores de votantes que el Partido Demócrata haya tenido desde la época de Franklin Delano Roosevelt. La derecha democrática está abocada a salir de la política como histerismo. Sigmund Freud, Carl E. Schorske o Peter Gay tendrían material de relieve para pergeñar nuevos estudios. La subcultura del cultivation of hatred sólo expande el componente masoquista -y paranoico- de una línea de acción que multiplica la gravedad de los problemas hasta hacer imposible su gestión. En ese panorama desolador, se presenta el líder mesiánico como posibilidad única. El “Washington fin-de-siècle” debe concluir. La socialización del agravio lacerante, del resentimiento profundo y de la crispación masificada entre compatriotas es un desastre social sin parangón en cualquier país; el pueblo norteamericano ha dicho basta. Los políticos deben cumplir su mandato.

Tengamos presente que los pirómanos sólo protestan de los fuegos que han creado… cuando ellos mismos se queman. Que los manifestantes trumpistas -incluso los violentos- irrumpiesen en el Capitolio para luego sentirse abandonados por sus líderes, pasó factura a la credibilidad del propio Trump. Éste quedó condenado de por vida a no volver a ser Presidente de Estados Unidos. Ocurra lo que ocurra, esa posibilidad es inviable; así será materializada por todo aquello que de arquitectura de poder siga operando en el país. Los primeros: los republicanos con alto sentido institucional, que hicieron ostensible (mediante ausencias) su alejamiento de los candidatos trumpistas en las elecciones midterm. En cambio, las listas más clásicas del GOP tuvieron un respaldo sustancial.   

A este respecto, conviene tener presente que el estancamiento de los candidatos más próximos a Trump ha sido un aviso a navegantes. Sus resultados electorales fueron por lo general mediocres, cuando no fallidos. El ex Presidente cometió el error estratégico -no sólo táctico- de configurar las elecciones midterm como un plebiscito a favor o en contra de su nueva candidatura para recuperar la Casa Blanca. El factor sorpresa y la pre-campaña en su conjunto quedaron fagocitados por una advertencia reprobatoria, que será aún mayor de enrocarse su candidatura. El pueblo que le votó como proveedor de soluciones, le ha retirado su apoyo por su generación de problemas.   

  • Conclusión: el impacto en Seguridad y Economía.

El paleoconservadurismo de Donald Trump arrasó un segmento relevante del otrora sensato Partido Republicano. Situado en un callejón con salida, el republicanismo contemporáneo tiene el desafío de afrontar su propio destino como partido gobernante. El paleoconservadurismo conduce al unilateralismo e -incluso, al aislacionismo geopolítico- en un mundo más fragmentado que unido, más roto que plural. Las amenazas emergentes no pueden resolverse desde una posición introspectiva de acantonamiento de la propia economía. El blindaje del país a las importaciones del extranjero significa limitar -drásticamente- las exportaciones de Estados Unidos al mundo. La negociación “de igual a igual” sólo con países desarrollados limitará la influencia de Estados Unidos en regiones cruciales para su propia Seguridad Nacional; aparte de las afecciones en mermas inasumibles para sus industrias y otros sectores productivos.

La Economía es un recurso indispensable en las relaciones internacionales; nadie prudente minusvalora su importancia y proyección. No obstante, la consideración que sólo desde la Economía pueden resolverse la mayor parte de litigios entre Estados o superarse los conflictos en ámbito internacional, no deja de ser un aserto indemostrado. Los acuerdos perdurables se alcanzan desde al menos dos presupuestos básicos: el equilibrio y la estabilidad. La no comprensión de ello provoca agitación interna y tensión exterior. La aplicación de ambas líneas de acción exige -siempre y en todo lugar- un vasto elenco de herramientas. Desde la Economía -por supuesto- hasta una presión militar proporcionada, el uso amplio pero calculado de Inteligencia, el análisis objetivo (sin sectarismos, sin fobias, sin prejuicios), entre otras.

“A lo largo de la Historia, la influencia política de las naciones ha sido más o menos correlativa a su poder militar. Aunque los Estados pueden diferir en el valor moral y el prestigio de sus instituciones, la habilidad diplomática puede aumentar -pero nunca sustituir- la fuerza militar” (Kissinger, 1979: 195).

Resulta quimérico, cuando no frívolo, considerar que un gobernante homicida dejará de serlo por sanciones económicas; o que una cleptocracia perpetuada en el poder se avendrá a una reconversión de moralidad bajo medidas punitivas sólo económicas. Los dictadores previsores disponen de reservas sobradas para resistir y alimentar a su aparato represivo. El paleoconservadurismo no podrá nunca atender las necesidades geoestratégicas, económicas y políticas de Estados Unidos, como tampoco sus prioridades en Seguridad e Inteligencia.

Paradójicamente, en el tiempo presente el ultranacionalismo (económico, político u otro) debilita el prestigio -primero- y la capacidad -acto seguido- de una nación para convertirse en un Estado poderoso. Gigante con pies de barro; tarde o temprano, ante presiones y tensiones, el imponente edificio se desploma. En tanto ni el GOP ni el Partido Demócrata provean las soluciones requeridas, los lobos se sentirán legitimados para atacar la democracia estadounidense; desde dentro. El surgimiento de una alternativa en apariencia de tercera vía constituye una opción factible. El escenario puede quebrarse por varias fisuras más; la responsabilidad -y la convicción para cumplir su deber- apela enfáticamente a las fuerzas políticas democráticas.

Las elecciones midterm han marcado una pauta. Los dirigentes con alta capacidad de gestión han sido recompensados por los electores. El posibilismo que transa, que acuerda, que avanza, ha afirmado su lugar bajo el sol. Si Estados Unidos lograse rehabilitar su tradición de gradualismo político, se abrirían escenarios más templados. Pero ello exige el abandono de las prácticas elitistas, incluso caciquiles, en los dos partidos principales. Sólo desde un discurso de regeneración moral y democrática, afirmado socialmente de manera efectiva, se podrá superar la crisis presente. Porque el riesgo al surgimiento de otro caudillo milenarista y sectario, permanecerá. Que ocurra o no, dependerá de la calidad (ética, política, gestión) de los nuevos líderes, así como de su capacidad para cohesionar al pueblo alrededor de objetivos motivadores; la recuperación de la vocación constructiva que la acción social tiene de forma inherente, será otro activo. La asunción de la realidad como un proceso escalonado donde las demandas mayoritarias son transformadas en programas públicos, será otro hito a reforzar. Reformismo; paso a paso. A pesar de los imponderables, las democracias plurales son regímenes más resilientes, estables y duraderos; su fuerza radica en su libertad. Estados Unidos vuelve sobre sus pasos; recuperar lo que siempre fue: a sí mismo.

  • Bibliografía.

BERLIN, Isaiah (2022). Nacionalidad y nacionalismo, Madrid, Alianza Editorial.

KISSINGER, Henry A. (1979). The White House Years, Londres, George Weidenfeld & Nicolson Ltd.

WEBER, Max (2021). El político y el científico, Madrid, Alianza Editorial.


[1] El autor agradece la revisión del texto realizada por Angela Olcina y Laura G. Negrín.

Tomado de la edición en línea del diario español El País, 25/11/22.


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Comentarios

3 respuestas a «La resurrección del common sense.»

  1. Avatar de Irene Belmonte Martín
    Irene Belmonte Martín

    He disfrutado con el artículo: profundo y claro. Ameno. Gracias

  2. Avatar de Pastor Maximino Gato cisneros
    Pastor Maximino Gato cisneros

    Es una valoración del momento histórico ,político, económico y social de la primera potencia en periodo de elecciones y post elecciones ,a la vez que profundiza en la estructura ,orientación partidista y de sus lideres , fundamentalmente de las corrientes más dañinas a la democracia liberal estadounidense Cumple el objetivo de ilustrar a cualquier lector de las razones y causas que pueden estropear la democracia en el país que la creó.
    Lo cual puede ser tomado como referencia en otros análisis.

  3. Avatar de Juan Andrés Cordero Barrios
    Juan Andrés Cordero Barrios

    El artículo me parece excelente. Ofrece, desde una perspectiva integradora de la política y la ciencia política, la realidad presente y futura del sistema político y electoral después de las recientes elecciones medias en Estados Unidos. La visión geopolítica multidisciplinaria actual se manifiesta en la política interior y exterior de esta potencia hegemónica dentro del ajedrez mundial. Hay una propuesta novedosa de comunicación política activa, creadora y movilizativa para la democracia en Estados Unidos, válida para el resto de los países del sistema occidental.

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