Carlos Calderón Viedas
Prácticamente desde el nacimiento de la entidad que ahora conocemos como Sinaloa, ha venido sufriendo transformaciones profundas en sus formas de vida social, económica, política y cultural.
Gracias a los historiadores, sabemos que cuando los europeos llegaron a estos lugares había grupos de pobladores autóctonos con cosmogonías culturales diversas desde el punto de vista antropológico.
El encuentro entre los naturales de la región con los extraños marcó el inicio de un largo proceso de inculturación que se expresó en todos los órdenes de la vida individual y colectiva que mantenían los grupos locales. Los puntos de contacto fueron múltiples con niveles de intensidad y profundidad diversos, en los que prevaleció la voluntad de dominio y poder de los invasores por sobre la resistencia de los habitantes primitivos.
Incontables testimonios preservados por la tradición oral, documentos originales que aún se conservan y narraciones contemporáneas hechas por hombres y mujeres de escritura, describen las experiencias dramáticas que sufrieron los pueblos indígenas al vivir ese proceso de conquista y dominio de las fuerzas extranjeras.
La resistencia frente al conquistador sucumbió finalmente y a partir de ese momento nace el orden colonial estructurado con instituciones, leyes, roles sociales y pautas culturales impuestas por la metrópoli imperial española. En la cima de la nueva estructura se encontraban los militares victoriosos, las órdenes religiosas que acompañaron a las campañas militares y los civiles españoles convocados a colonizar los nuevos territorios bajo la promesa de riquezas fáciles.
En este recipiente de triunfadores y vencidos se fue perfilando la personalidad del ser sinaloense, desde luego que el proceso de fusión cultural fue recibiendo otros elementos en el curso del tiempo que contribuyeron a forjar el carácter de hombres y mujeres de estas tierras.
Ya en los tiempos de la Conquista y la Colonia, bullían en los países europeos ideas frescas que confrontaban las visiones dogmático-religiosas que las autoridades eclesiásticas imponían por sobre todas las demás. España, uno de los países más retrógrados en ese tiempo, no pudo quedar al margen de los cambios que las nuevas ideas provocaban, el descubrimiento de América y luego los procesos de conquista de los nuevos territorios se cuentan entre los grandes acontecimientos influidos por el naciente espíritu de época que colocaba al hombre en el centro del universo.
La llegada del español al Nuevo Continente provocó un choque cultural de tal hondura que algunos historiadores lo han calificado como un cataclismo para las civilizaciones autóctonas. Se tiende a considerar que, para el caso de México, el encuentro se dio entre dos grandes culturas, lo cual, grosso modo, pudiera aceptarse, pero en realidad una de ellas, la española, llegó escindida, aunque esa hendidura no era fácil observarla frente a las acciones violentas y crueles del conquistador.
Es posible seguir las vicisitudes del encuentro entre los pueblos indígenas con visiones unitarias y cerradas con otra que en sus entrañas contenía las posibilidades de una bifurcación, que efectivamente ocurriría tiempos después con la revolución de Independencia. No es nuestra intención hacer hoy este recuento, pero sirva por lo pronto mencionar dicho derrotero porque fue durante ese curso histórico como se fue forjando la realidad social, política y cultural de Sinaloa.
Tres caminos
El dominio militar y político requirió de mediaciones ideológicas y culturales que buscaban plasmar la presencia española en la conciencia indígena como parte normal de los nuevos modos de vida. Los cambios abrieron otras formas de clasificación simbólica de la realidad, aunque en contextos y dinámicas diferentes. Por un lado, la cosmovisión tradicional ensombrecida en la que la petrificación y el ensimismamiento era el destino más seguro, por otro, la visión dogmática retardataria que prometía un futuro luminoso ultraterreno y un presente de sacrificios y, finalmente, la ilusión de una vida mundana más apuntalada en la fe en la perfectibilidad humana y en el progreso por medio de la praxis humana. Las tres visiones son, hoy, tradiciones vivas y con ellas se fueron construyendo las identidades del sinaloense.
La actualidad
Por identidad entendemos el conjunto de rasgos que permiten a un grupo reconocerse como propio y distinto de los demás, lo cual produce un sentido de pertenencia. Ese conjunto de caracteres, en el caso de Sinaloa, fue resultado del cruzamiento desacompasado de indígenas, españoles y mestizos en un mundo que a la larga fue resultando común para todos ellos. Mal haríamos, no obstante, si nuestra visión histórica quedara tan distante de aquel acontecer como para no darnos cuenta de que sobre esa base común continuaron reproduciéndose formas de vidas diferentes, relacionadas una a una, con las visiones originales.
Cometeríamos otro error si consideramos que las formas de vida vigentes en siglos atrás han desaparecido completamente o bien modificado a tal grado que sea muy difícil encontrarles antecedentes remotos. No es nuestra intención seguir tales huellas ahora, sino dejar planteada la manera peculiar como fue modificándose el horizonte cultural en Sinaloa.
La irrupción del pequeño punto en el mapamundi de lo que después sería Sinaloa, ocurrió simultáneamente con el surgimiento de un nuevo ambiente cultural en Europa, la era moderna. En ese tiempo llegaron los españoles a América y algunas de las ideas en boga vinieron con ellos, sin gran fuerza comparadas con las que nutrían el espíritu conservador y clerical de los recién llegados. Queremos decir que las ideas modernistas bullían en Europa, pero también se encontraban en tierras americanas. Es importante dejar claro, empero, que el origen de la revolución cultural no se dio en estos lares sino en los del Viejo Continente. Allá fueron gestados dialécticamente, nacidas con el optimismo en contra del pesimismo fatalista por designio ultramundano; allá hubo lucha de contrarios en la que las sólidas instituciones medievales se derrumbaron -o desvanecieron– ante las fuerzas liberadoras del hombre; allá se impuso el poder de la razón base como base del conocimiento, por sobre el conocimiento sustentado en la autoridad; mientras que aquí, la modernidad llegó en los barcos apoyada no en la razón sino en el uso de la fuerza y, paradójicamente, de la religión.
La modernidad en nuestras tierras no desvaneció la tradición sino que la secó, le anuló su capacidad genésica y la esterilizó como fuente del saber; la modernidad en América llegó con sus formas, pero no con sus potencialidades, llegó, igualmente, estéril, incapaz de gestar por sí misma nuevas formas modernas, es decir que fuera auto reproductiva, auto genética, condición sine qua non para que el proyecto moderno tuviera vida propia y se mantuviera en constante cambio como debe ser, metafísicamente hablando, la modernidad. El nacimiento de Sinaloa quedó marcado por la esterilidad creativa, por lo que quedó condenada desde entonces a la imitación, la adaptación o el disfraz.
La asfixia cultural duró tres siglos hasta que una nueva semilla sembrada en nuestros suelos pudo germinar, el liberalismo político. Lección moderna que muchos mexicanos aprendieron y pregonaron desde distintos ámbitos y en diferentes lugares. No es posible seguir ahora los altibajos del complejo proceso social, político y cultural que la modernidad detonó en nuestro país y en el estado, pero podemos observar por lo que vemos a nuestro derredor que la lucha continúa en los mismos carriles de antaño.
El rapidísimo recorrido que hemos realizado tras las huellas de la modernidad nos permite resumir que en Sinaloa la modernidad no ha seguido un proceso dialéctico similar al que siguió en Europa, en donde la pasión por lo nuevo fue a costa de lo antiguo o tradicional. El proceso de modernidad en el estado sí ha sido perfectible, progresista y acumulativo, mas no dialéctico. Esto significa que las olas modernas que llegaron al solar sinaloense no se disiparon, sino que se anegaron en diferentes lugares hasta que se convirtieron en tradición. En Sinaloa todo se vuelva tradicional, puesto que permanece con la misma vigencia que llega, hablamos del paisaje urbano, las costumbres, el talante personal y las formas de socialización. Octavio Paz decía que a todo hecho moderno le llegaba su momento de fuga, vacío que ocupaba un nuevo cambio dando lugar a que la modernidad pudiera verse como la tradición de lo nuevo. En Sinaloa, en cambio, lo nuevo siempre tiene cabida siempre y cuando no implique deshacerse de lo viejo. Lo cierto es que en Sinaloa se vive no un proceso continuo hacia mejor, sino un proceso de acumulación de modernidades que terminan en convertirse en parte de nuestras tradiciones.
Las cuatro manzanas
La idea de una única identidad sinaloense no refleja la diversidad de caracteres que las mujeres y los hombres del estado proyectan. La manera peculiar como la modernidad se hizo presente prohijó que en Sinaloa convivan formas de vida tradicional, modernas y hasta postmodernas. El sinaloense se ha vuelto un ser de frontera, que lo mismo le place vivir en un lado que en el otro.
Sinaloa es culturalmente hospitalaria, un lugar en el que toda cultura tiene cabida, todas igualmente importantes porque dan cobijo a quienes las adoptan. La única herejía que el sinaloense puede cometer con su estilo de vida es vivir en la pureza o en el monolitismo cultural.
El ámbito urbano es particularmente expresivo del amontonamiento de modernidades que Sinaloa ha vivido. En los últimos años hemos sido testigos de cambios muy significativos en el espacio urbano dando lugar a nuevas opciones de pertenencia. Vamos a referirnos a dos sitios de Culiacán que desde nuestro punto de vista ilustran la diversidad de estilos de vida que aloja nuestra ciudad, uno ellos es el área de cuatro manzanas (4M) delimitada por las calles Jesús G. Andrade, Álvaro Obregón, Juan Carrasco y Antonio Rosales, en donde la vida pública se desenvuelve bulliciosamente. El otro lugar es el centro comercial Plaza Forum (PF), al que los citadinos acuden en plan de compras o de recreación.
Los dos sitios son expresiones modernas, aunque es visible que generan identidades muy diferentes cada uno. Las 4M es un lugar público al que la gente acude básicamente a conversar, a observar a la gente y a divertirse con los espectáculos que ofrecen las autoridades municipales.
No obstante pertenecer ambos lugares a la misma ciudad, tiene un simbolismo diferente por la imagen que proyectan, las funciones que desempeñan y el tipo de gente que los visita. Las 4M es un sitio público para el esparcimiento, mientras que la PF es un lugar privado que abre sus puertas para que el público pueda visitarlo a realizar compras o divertirse con los servicios que ofrece. La imagen que proyecta la PF es la de un río humano que recorre los pasillos viendo en los aparadores los artículos en exhibición, las relaciones entre las personas por lo general se encuentran mediadas por las cosas en venta, si es que no directamente con ellas.
En general el tipo de gente que visita la PF son individuos que han entregado su vida al consumo, al juego y al placer, dejando de lado otras cargas que pudieran significar un lastre. Estos individuos viven para consumir, ya que en ese acto encuentran la máxima realización de sus existencias. El individualismo que distingue a quienes visitan la PF les impide establecer vínculos más sólidos con sus semejantes, en todo caso, las relaciones más notorias las provocan la similitud de las marcas de las prendas que usan, “Amigos Telcel”, “Totalmente Palacio”, etcétera. Posiblemente crean tener el privilegio de vivir con entera libertad, pero esa libertad no va más allá de la libertad de elegir entre opciones de compra, por lo contrario, el individuo que acude a la PF no es sujeto de sus propias acciones toda vez que las decisiones que toma han sido direccionadas por los medios de comunicación de masas.
En la PF es el consumo el que identifica a quien la visita, y como ironías de la modernidad, es un consumo que uniforma en la que toda individualidad se pierde en una masa de individualidades aisladas en la que no hay ninguna intersubjetividad.
El mundo de las 4M es más vivo que el de la PF. La gente que acude a ese lugar llega ahí con todo lo que es, con sus éxitos o fracasos, con sus animosidades negativas o positivas, con sus creencias, tradiciones y mitologías, pero sobre todo con sus anhelos de vida. El encuentro en las 4M se da con ese tipo de gente, cualquier resultado es posible, pero lo que salga es producto de relaciones intersubjetivas.
El escenario cotidiano de las 4M es de gente conversando, aunque el tránsito de andantes es igualmente notorio por ser el lugar un lugar de rutas y destinos múltiples. Normalmente se acude a las 4M a conversar u observar a la gente, no a las cosas. Lo esencial de este sitio es el diálogo, experiencia vital de la que resulta todavía más vida.
Las personas que llegan a las 4M no viven para consumir, al revés, consumen para vivir -en el sentido más elemental de la expresión- , allí la vida no se agota en el consumo, la vida se agota cuando el diálogo cesa, cuando la palabra y las relaciones entre la genta dejan de expresarse. La persona que acude a las 4M es algo más que un individuo económico, el lugar le exige su totalidad humana para que pueda gozar de todas sus bellezas.
Es un lugar común de las 4M mirar cualquier tipo de gente, jóvenes escolares, personas adultas de ambos sexos con ocupaciones diversas, poetas, pintores, gente de escritura, grupos religiosos, minorías culturales, prostitución masculina y femenina, vagos sin oficio, desempleados, en fin, una variopinta gama de personajes que la dan colorido humano y un aire cosmopolita al lugar.
La Plaza Forum y las Cuatro manzanas son símbolos de modernidad cada una a su modo. Ambas son hechas por el hombre según la imagen que quiera proyectar; aquella viene desde arriba, esta se enreda desde abajo, lo esencial en la PF es tener, en las 4M es ser; a la primera la atraviesa el individualismo egoísta y a la segunda un espíritu fraterno; cada lugar, por tanto, entraña códigos de comunicación y principios éticos diferentes; las 4M simbolizan una modernidad híbrida, contiene rasgos tradicionales, modernos y, si se quiere, postmodernos, mientras que la PF es una manifestación más uniforme, configurada completamente como un templo al consumo, la última trinchera del capitalismo postindustrial.
PF es una modernidad lúdica, intensa, hedonista, 4M es serena y hospitalaria con las tradiciones y da lugar a lo más nuevo de lo nuevo todavía sin serlo. PF es monolingüe, mientras que el lugar de las 4M es multilingüe; La emoción en PF es con las máquinas y las mercancías, en las 4M es de frente a las personas, cara a cara, por medio del gesto y el habla.
PF es exigente, no admite el reposo de los sentidos de la vista y el oído, por esa cansa y luego expulsa, pocos repiten la visita al día siguiente; las 4M, por su parte, te invitan a relajarte, a soñar despierto, a la remembranza, pero sobre todo te invita a conversar sobre un sin fin de temas con gente parecida a ti.
La gente que acude a esos lugares recibe, en cierto modo, un carnet de identificación, la diferencia es que en las 4M la identidad se busca en el tejido cotidiano de una red intersubjetividades en que unos y otros aprecian sus diferencias y la base común que los acerca. En la PF la identidad va adherida al código de barras del artículo que se compra. Ambas son identificaciones, aunque una se basa en la totalidad de la persona y la otra en las disposiciones de efectivo o en el límite de crédito de las tarjetas bancarias.
A eso me refiero cuando sostengo que el sinaloense porta varias identidades.
*Coloquio: La identidad del sinaloense
Casino de la Cultura
Culiacán, Sinaloa a 12 de octubre de 2009.
Publicado en la revista Politeia (www.revistapoliteia.com), número 39, diciembre 2009, Culiacán, Sinaloa, México.
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