ENSAYO
Con la autorización del autor y los editores, publicamos un anticipo del libro Tiempo y perspectiva: El Guacho Félix, misionero secular, del ensayista Ronaldo González Valdés. Un escrito esclarecedor de las vicisitudes biográficas e intelectuales, así como de la actualidad del pensamiento de un sinaloense inusitado con quien la historiografía y la crítica cultural regional siguen en deuda.
Ronaldo González Valdés
Como era de esperarse, la pretensión de incorporar a Enrique Félix Castro a un rapport de la pedagogía pública empezó muy pronto. En 1966, poco después de su muerte, el gobernador Leopoldo Sánchez Celis le dio su nombre a una escuela primaria en Culiacán.[1] En la actualidad, además, un jardín de niños y un transitado boulevard al norte de la ciudad portan también esta denominación. Pero decir que El Guacho se asimiló a un rapport es excesivo. Como ocurrió con su vida y como sigue ocurriendo con su obra, su apelativo y sus apellidos se han resistido a formar parte de una sintonía del poder con la sociedad; más allá de las nomenclaturas oficiales, siguen siendo erizos ante la posibilidad de formar parte de una educación cívica extracurricular. Su admiración por la templanza romántica de Chuy Andrade —su predecesor lírico, estilístico y, diríase, existencial[2]—, traslada el paso del reconocimiento hecho por éste a Álvaro Obregón en campaña (“Detrás de ti va el pueblo,/ delante de ti, Dios”) al anuncio de su muerte, lanzado destempladamente por Andrade en una calle céntrica de Culiacán frente al caudillo de Navojoa (“Mocho, ¿oyes esas campanas de Catedral que están repicando en tu honor? Pues ¡pronto doblarán a muerto!”). Y sí, Félix Castro traslada con el mismo o mayor desencanto el trance del poeta atormentado —su “ángel caído de Culiacán”—, cuando, como lo he citado antes, expresa su frustración por el trato que su última iniciativa editorial merecía de un gobierno ya tan alejado del padre colectivo idealizado en su juventud y primera madurez, llamando a los poderosos hombres públicos del país y la región “maquiavélicos nylon”. Por eso, en el último número de la revista Resumen, en abril de 1949, escribía:
Mas si la realidad no responde a la mágica esperanza, si el mal que éstas combaten no es vencido, ni el propósito de salvación logrado, pierden las palabras todo valor mágico. Entonces hay que reinventar fórmulas, crear nuevos signos de hechicería. Tal ha acontecido en nuestro país. Sin haberse cumplido las finalidades mágicas de las palabras manejadas durante varias décadas por nuestros hechiceros revolucionarios, carecen ya de su contenido salvador. Por esto, si se quiere seguir hechizando a las masas, debe crearse un acervo de palabras mágicas que cimenten nuevamente las esperanzas de nuestra nación.[3]
Y aún más, con todo y que le faltaba recorrer un buen trecho para arribar a la última estación de su recorrido como funcionario público, precisamente en el tributo rendido a Chuy Andrade en septiembre de 1936, calificaba a esos mismos a los que trece años después llamará “maquiavélicos nylon”, como “tránsfugas de la Revolución”:
Su ruiseñor herido de la garganta, podría teñir con su sangre el alma todavía blanca de nuestras mujeres que serán mañana; podría empapar de rojo el ideal de nuestra juventud altanera, podría darnos la clave musical, entrecortada, balbuceante, del canto de nuestra libertad que aún postergan los tránsfugas de la Revolución.[4]
Espigadas de sus escritos y organizadas con alguna coherencia, las tesis de El Guacho permiten entender su condición refractaria con respecto al rapport de la hegemonía posrevolucionaria. En sentido contrario a la producción puramente ideológica de sentido, la lectura atenta de sus suposiciones históricas y sociológicas, hacen posible entender también su sedimentación en un imaginario colectivo que, empezando en el plano intelectual y literario, ha culminado, insisto, en lo que Martha Nussbaum llama “justicia poética”. En ellas se puede encontrar algo más que el esbozo de un pasado, también se halla la hermenéutica de un presente y, como él decía, un afán de “futuridad” para el semitrópico sinaloense. En ese propósito se cifraba su búsqueda, muy distinta a la que con auténtico reconocimiento —y esto hay que subrayarlo pues forma parte de la exaltación admirativa que le brindaron sus contemporáneos, aun cuando no pudieron comprender a cabalidad su pensamiento— le atribuía su amigo Carlos Manuel Aguirre:
Vivió Enrique bajo el hechizo del hombre y de todo lo que le rodea. Supo interpretar como ninguno el paisaje de Sinaloa, la canción de sus ríos, el dulce murmullo de los arroyos de argentado temblor, las lluvias de cristal, el verde transparente de las arboledas y de las montañas sinaloenses, el alma y los problemas de nuestros hombres…tan poéticamente, tan bellamente.[5]
Recuérdese, para establecer el adecuado contraste, que todavía en los años de razonable actividad intelectual de Félix Castro, en Culiacán se realizaban congresos nacionales y regionales acompañados de una profusa labor editorial en materia histórica, actividades todas ellas apoyadas por el último militar que gobernó Sinaloa, Gabriel Leyva Velázquez. Se trataba del regreso de la lírica romántica en el relato histórico, pero de una lírica inauténtica porque era ahora inducida desde la política (muy opuesta, por cierto, al pionero trabajo de archivo que ya en esos años realizaba Antonio Nakayama, quien, aunque todavía sin escribir su más relevante obra historiográfica, era una figura cultural conspicua en la gestión leyvista[6]). Y es de este modo que pueden encontrarse documentos rezumantes de un acendrado regionalismo y de amor al encarecido terruño, deshaciéndose, en digno corolario de la chabacanería chovinista, en elogios a la personalidad colectiva del sinaloense. Para botón, una muestra:
El sinaloense —se decía en 1960— es un exponente de mexicanidad en que se fundieron dos razas, la nativa que nunca se dejó conquistar, siempre altiva, defensora de sus derechos humanos (sic), y la española, en otras partes conquistadora, que en Sinaloa no pudo justificar su fama de dominadora; fue el mestizaje el que hizo el milagro de unir dos sangres para que a través de los siglos fuera desapareciendo poco a poco el concepto de vencedores o vencidos, para formar un solo corazón; esta parte de la tierra mexicana que se llama Sinaloa, es un enorme corazón que late potente, abierto a todos los credos, a todas las esperanzas, a todas las amistades de buena fe, porque nunca espera en nadie la mala fe; es un pecho franco, sincero y musculoso contra el que puedes estrecharte amable y confiado.[7]
Nada más lejano de la decisión de hacer aflorar el “coraje de la conciencia moderna” que sostuvo Enrique Félix, partiendo del reconocimiento crítico de la personalidad del sinaloense, de su “ineptitud para afrontar la realidad” y de la densidad histórica en la que se sumerge para llegar a dicha conclusión. Una de sus ideas, contra la interpretación propuesta en dichas fechas por los “nuevos románticos” de la historia y la crónica parroquial —románticos más bien hechizos y promovidos por el poder—, concierne a los “automatismos de la raza autóctona”, esas inercias provenientes, en última instancia, de las “tribus nahuatlacas” que poblaron estos territorios en la época prehispánica:
La presencia de los mecanismos ancestrales se advierte en la tendencia popular a la pirotecnia; en el juego de la baraja y en el juego de la lotería. Se advierte en el desprecio que el campesino sinaloense siente por la muerte; en las apuestas de las carreras de caballos, en la idolatría política; en la sublimación sexual de los deportes; en la propensión religiosa; en el sentido fatalista de los corridos populares; en el modo de trabajar; en el modo de amar y en las relaciones sociales de todos los habitantes de Sinaloa.[8]
Sin utilizar los términos propios de alguna historiografía en boga hoy en día —cosa imposible en aquellos años, y más todavía en lares como el sinaloense—, El Guacho tenía perfecta conciencia del poder de la narrativa en la animación de la vida social, en la fijación de un sentido y en el compartimiento de un propósito civilizatorio. Sabía esto, como sabía también que, en las lides políticas, la disputa de las palabras juega un papel crucial.[9] Recientemente, leyendo un ensayo de Terry Eagleton, pensaba en las anticipaciones, casi diría historiográficas, de Enrique Félix Castro. Al advertir el riesgo relativista que entraña el reconocer sin más que todo es mera narración indiscriminada, que todo el mundo tiene una historia, y aún más, “que todo el mundo es una historia”, el crítico literario británico dice de esos viajes por la narrativa individual y colectiva:
Hoy en día, todo el mundo está de viaje. Lo que puede dar una forma provisional a vidas sin mucho sentido de la dirección. La humanidad también estaba de viaje en la época medieval, pero era una expedición colectiva con un origen, etapas bien señalizadas y un destino definido (…). (Ahora) El mundo ha dejado de tener forma de historia y eso significa que puedes inventar tu vida sobre la marcha.
Lo que acaso explica la reiterada puesta en valor del mito en las sociedades contemporáneas, pues, siguiendo a otro sobresaliente crítico de la cultura y la literatura, Frank Kermode, “los mitos son ficciones que han olvidado su estatus de ficción y se han considerado reales”,[10] constituyéndose en piedra de toque de mil construcciones identitarias de diferente naturaleza y finalidad. Como lo hacen en estos días los más notables desmitificadores de la narratología y las versiones extremas del llamado giro lingüístico, El Guacho reconocía, ya desde entonces, esa mitología en la lírica romántica, exaltadora de una suerte de esencia dionisiaca en el sinaloense y anclada en la identificación silvestre (“la silvestre ingenuidad de los panales”, escribía en fecha tan tardía como la segunda mitad de los cincuenta[11]) con lo elementalmente natural, aún en las villas urbanas como aquel Culiacán. Dígase, por lo demás, que él mismo, a pesar de su permanente “autovigilancia”, no alcanzó a escapar por completo a esa fascinación. Muestras de ello hay varias, una ya consagrada en la escuela declamatoria de la bohemia regional:
Sinaloa es un milagro de luz. Algo de maravilla elemental del paraíso del Génesis lejano se advierte en mares y montañas. Una luz primitiva, fuerte, primaria, inunda hombres y cosas en este bello rincón del Pacífico, geográficamente cerrado en un trapecio de la más pura claridad.
A pesar de lo cual, Félix Castro era capaz, en la misma reflexión, de violentar a la razón para sacarla del arrobamiento romántico y confirmar su principal conjetura sobre la limitación cultural de los moradores de este “trapecio de la más pura claridad”:
El acercamiento del sinaloense al cosmos que se le adentra, que le ciñe y le rodea, es un acercamiento prelógico, intuitivo, infantil. Es una comunión transustancial. Es como el esfuerzo que hace el adolescente, ahora que conoce la máquina y la radio, hacia los brazos abiertos de la madre. La tierra de Sinaloa es sustancialmente maternal, nutricia, creadora, dotada de un impulso tremendo de fecundación.[12]
De ahí el esfuerzo por trastocar esa “comunión transustancial”, por aprovechar ese “impulso tremendo de fecundación” de la tierra y concebirla más allá de la afinidad cósmica con los once afluentes fluviales del estado:
Once ríos paralelos, taciturnos, religiosos, ciñen la hilera de poblados que instaló el conquistador éuskaro más acá del mar: en el pecho del vallado. No se explican los ríos por los pueblos que bañan, sino al contrario, los pueblos se explican por el humor interior de los ríos en su eterna caminata. El río Piaxtla es el alma mater de San Ignacio; el Évora sabe la historia de todos los tiempos de Mocorito y el Tamazula y el Humaya, cruzados como serpientes de agua bajo el temblor de Venus, determinan la forma del corazón de los hombres de Culiacán.[13]
Asumir a la tierra y los ríos, también, como instrumentales medios de producción, evitando el contagio de la tradición lírica y su desmesura:
A causa de la prevalencia sentimental, los hombres del solar sinaloense somos muy dados a los proyectos de tipo irrealizable, como aquel, pongamos por caso, de unir los once ríos y que se viene platicando desde fines del siglo pasado. Somos, también, eminentemente conservadores, pues tal parece que tenemos mucho que decir y muy pocas cosas que realizar.
Inspirado en su lectura de Marcel Mauss (o de los comentarios leídos sobre la obra del antropólogo francés), Félix Castro asentaba en “Evolución tardía de la provincia”, auténtico manifiesto modernizador y convocatoria inaugural del efímero Instituto de Estudios Económicos y Sociales de Sinaloa, una premisa de arranque:
Aparte del calor, de las lluvias y de las montañas, aparte del cosmos que determina su existencia, la juventud sinaloense se encuentra con una segunda naturaleza elaborada por el hombre de ayer y de hoy. Nos referimos al mundo de la técnica; a los inventos acumulados por la civilización; a formas recientes de sociabilidad y presencia de instituciones; a las recurrencias, en una palabra, que encadenan la dialéctica extraordinaria del progreso (M. Mauss, Leyes de la Evolución).[14]
No otra cosa planteaba cuando, después de constatar el retiro de las compañías mineras norteamericanas e inglesas después de la Revolución Mexicana, observaba que “en más de treinta años, los hombres de Sinaloa no hemos podido levantar esa gran industria, cuya explotación en gran escala podría convertir a nuestra entidad en un emporio nacional”, lo mismo que la posibilidad de explotar en sus costas la riqueza y variedad de crustáceos y peces de los que apenas “empezamos a saber, gracias a las investigaciones realizadas por sabios japoneses durante los últimos lustros”.[15] Esa “mediocridad técnica y social”, atenazaba también al principal sector de la economía regional:
La agricultura misma está muy atrasada. La agricultura que es la fuente principalísima de la riqueza regional, camina con una lentitud pasmosa, con poquísimas máquinas, con dificultades de todas clases, con sistemas eventuales que convierten el pesado trabajo de los agricultores en una extraña modalidad del albur y de lotería.
En general, El Guacho partía de una consideración típicamente marxista: desarrollar las fuerzas productivas para cambiar las relaciones de producción. El primer paso en esta dirección tiene que ver con abandonar el “romanticismo social”[16] que hace mantener al sinaloense una actitud esquizoide —dividida y propensa a la neurosis— frente al trabajo, la técnica y la ciencia. Tesis que ilustra en su ensayo “Tendencia romántica de Sinaloa”, donde dice:
El espíritu norteño que se incubó en los gérmenes liberales del siglo pasado, amaneció con los puentes rotos entre la fantasía y la realidad. Las fuerzas nuevas de la civilización y la cultura iniciaron una lenta penetración sobre la sangre efusiva de Sinaloa. Cada encuentro del hombre romántico con la energía eléctrica, con la máquina de vapor, con la conciencia organizada de las doctrinas europeas, era motivo de inhibición y extravío sentimental (…). Al entrar el siglo XX Sinaloa está en plena neurosis colectiva. Las fábricas de cigarros en Mazatlán, los ingenios azucareros de Navolato y Eldorado, la acuñación de moneda y la fábrica de hilados y tejidos de Culiacán, los vapores de Altata, el Ferrocarril Occidental de México, la adopción del alumbrado eléctrico, la formación de logias masónicas, y en una palabra, el progreso general de la burguesía sinaloense, formó una realidad que súbitamente cortó el vuelo lírico del alma colectiva, neurotizando el espíritu romántico de los más amplios sectores de la población.[17]
Al demandar la trascendencia de la sensibilidad romántica, proponía, de alguna manera, abrir un flanco de ataque curiosamente más cercano al Max Weber de La ética protestante y el espíritu del capitalismo (una obra que, desde luego, no pudo haber conocido entonces, porque en 1944 José Medina Echavarría y su equipo terminaban apenas su primera traducción al español): el estudio de Marx acerca del advenimiento y consolidación de la sociedad moderna es certero, pero ese proceso se acompaña de un cambio en la mentalidad colectiva. Ahora bien, a diferencia de Weber, Félix Castro no se desviaba de su basamento marxista al perseverar firmemente en la crítica al liberalismo, cuya piel de oveja ciudadana, como afirmó el pensador de Treveris en La cuestión judía, ocultaba las orejas del lobo burgués rapaz y explotador:
Por la edad emotiva en que aún vive Sinaloa —escribía El Guacho en 1949—, nos explicamos la singular fuerza del liberalismo en la historia del hombre de nuestra comarca. Es que el liberalismo proclama a la razón como centro de la vida; pero la proclama románticamente. Así pues, mientras liberalmente gritamos la igualdad humana, no advertimos que cada día es más y más profunda la diferencia entre ricos y pobres. Mientras se dice en todos los tonos el mandamiento romántico de la fraternidad, nos destrozamos los unos a los otros con histérica furia y mientras cantamos a la Libertad, los imperialismos subyugan a los pueblos débiles y los hombres explotan inicuamente la energía de los hombres. Igualdad, Fraternidad y Libertad, son tres grandes mentiras del liberalismo romántico que cubren al mundo de poesía, de cierta mala poesía, para colocar al hombre en la maldita cruz de la desesperación.[18]
Y como el mismo Marx, pero ahora el de El 18 Brumario de Luis Bonaparte, tomaba distancia de los románticos al exigir “despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado”. En un sentido similar, otro marxista de la primera mitad del siglo XX, Antonio Gramsci, había dejado escrito:
Puede más bien decirse que cuanto más vetusta es la historia de un país, tanto más numerosas y gravosas son estas sedimentaciones de masas holgazanas e inútiles que viven del “patrimonio” de los “abuelos”, de estos pensionados de la historia.[19]
En efecto, Enrique Félix, acaso conociendo apenas los escritos de juventud de Marx y sin tener alguna referencia siquiera de Gramsci, escribía, más o menos en las mismas fechas que el revolucionario italiano, que la falta de una tradición histórica equivalía, para el sinaloense, a una sana indiferencia ante los acartonamientos de la teoría y la petrificación del dogma:
Sinaloa vive siempre a las seis de la tarde. La capacidad de silencio de nuestro pueblo es amplia, aunque no con el místico silencio que se refiere a las cúpulas contra el cielo, sino en aquel callar de tradiciones por hacer, carente de historia, ausente de teorías y dogmas.[20]
[1] Cfr. Jorge Medina León, “El hombre, a veces alarido”, en El Diario de Sinaloa, Culiacán, Sinaloa, 21 de julio de 1990. En la compilación Sinaloa de frente y de perfil, México, Universidad Autónoma de Sinaloa, 2012, p. 33.
[2] Del desenlace de su existencia, El Guacho pudo decir de sí mismo lo que escribió de Chuy Andrade: “En el señorío extraviado de Chuy Andrade se fueron apagando los signos claros de su hermosa juventud (…). Pero la música toda de su vida se fue apagando, dramáticamente, dolorosamente, en el derrumbe psicológico de la embriaguez”. En “Chuy Andrade y la tradición romántica de Sinaloa”, discurso pronunciado el 5 de mayo de 1948 en el acto conmemorativo de los 75 años del Liceo Rosales, originalmente publicado en la revista Letras de Sinaloa en septiembre de 1948, reproducido en la revista Presagio, núm. 25, Culiacán, Sinaloa, julio de 1979. En la compilación de Martha Lilia Bonilla Zazueta, El Guacho, Ulises sinaloense. Enrique Félix Castro, Comité de Amigos de la Biblioteca Carlos Manuel Aguirre/Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa/Academia Cultural Roberto Hernández Rodríguez, A. C., 2005, pp. 57-58.
[3] En el artículo “Magia política de Sinaloa”, revista Resumen, No. 5, abril de 1949. Fondo Carlos Manuel Aguirre del AHGES. Compilado en Martha Bonilla, Op. Cit., pp. 164-165. Cursivas mías, RGV.
[4] “Elogio a Chuy Andrade”, fechado el 10 de septiembre de 1936, “Elogio a Chuy Andrade”, escrito en la Ciudad de México, con fecha 10 de septiembre de 1936. En la compilación Evolución tardía de la provincia, Culiacán, Sinaloa, Universidad Autónoma de Sinaloa, 1985, p. 95. Cursivas mías, RGV. De los “maquiavélicos nylon” habla en el artículo “Conciencia y bandera de la juventud”, publicado en revista Resumen citada.
[5] Carlos Manuel Aguirre, “Semblanza de Enrique Félix”, en Xóchitl Elizabeth Aguirre Tellaeche, Carlos Manuel Aguirre López, un hombre inolvidable en la cultura sinaloense, Culiacán, Sinaloa, Creativos7editorial, 2023, p. 120.
[6] Nakayama creó en el periodo de Leyva Velázquez, el Museo Regional y la Biblioteca del Centro Cívico Constitución en Culiacán. Con el sucesor de Gabriel Leyva, Leopoldo Sánchez Celis, tuvo diferencias que dieron lugar a su exilio del estado, teniendo estancias en Hermosillo y Arizona, en cuyas universidades y archivos recopiló documentación de primera mano para la historia de Sinaloa, el noroeste de México y el suroeste de Estados Unidos.
[7] Márquez, Crispín, “Sinaloa”, en Estudios históricos de Sinaloa, México, Congreso Mexicano de Historia, 1960, p. 45.
[8] “Tenemos todo, pero… a medias”, entrevista con Roberto Hernández Rodríguez, en Martha Bonilla, Op. Cit., p. 223.
[9] Cfr. su artículo “Magia política de Sinaloa”, citado.
[10] Eagleton, Terry, “¿Cuál es tu historia?”, en Letras Libres número 293, México, mayo de 2023, p. 35.
[11] En “Golpe de sangre en Sinaloa”, periódico La Voz de Sinaloa, s.f., aunque con toda seguridad posterior a 1954, pues en el artículo hay una referencia a Luis Flores Sarmiento en su condición de presidente municipal de Culiacán, que lo fue en el período 1954-1956. Fondo Carlos Manuel Aguirre, AHGES.
[12] En “Imagen de Sinaloa”, documento original, s.f., presumiblemente de 1948, en el Fondo Carlos Manuel Aguirre del AHGES. En la compilación de Martha Bonilla, Op. Cit., pp. 151-154.
[13] Ibid., p. 152. No debe confundirse al “conquistador éuskaro”, mencionado por Félix Castro en este escrito, con Nuño Beltrán de Guzmán, que era originario de Guadalajara, España (región de Castilla-La Mancha), feroz y brutal conquistador del Septentrión y fundador de la villa de san Miguel de Culiacán en 1531. Se está refiriendo aquí, con toda seguridad, a Francisco de Ibarra, un expedicionario civilizado y persuasivo, originario de Éibar, Guipúzcoa, en la región vasca de la península ibérica, y fundador de la Nueva Vizcaya, provincia de la Nueva España que abarcaba parte de los actuales estados de Sinaloa, Durango, Sonora, Chihuahua y Colima, fundador de las villas sinaloenses de El Fuerte, Concordia, Copala y Pánuco en 1564.
[14] Félix Castro debió conocer, por lo menos, algunas reseñas y comentarios del clásico Ensayo sobre el don. La forma y la razón del intercambio en las sociedades arcaicas del antropólogo francés (publicada originalmente en1923-1924 en la revista Année Sociologique), toda vez que, como se sabe, la edición en español del libro vino después. En ese texto, Mauss sostiene, entre otras cosas, que la existencia de las relaciones mercantiles en las sociedades antiguas es anterior a la institución misma del mercado, con lo cual señala la singularidad de los caminos de la evolución histórica, aunque siempre avanzando hacía la mayor complejidad moderna. Quizá por eso, Félix Castro hablaba de las “leyes de la evolución” en Mauss, algo que, a mi parecer, dicho estudioso no suscribiría.
[15] En realidad, ya para entonces había dado comienzo la captura y explotación del camarón y otras especies a gran escala, precisamente después del convenio agenciado por el exgobernador Ramón F. Iturbe, a la sazón embajador de México en Japón, con algunas empresas niponas. De hecho, en 1946, antes de que El Guacho escribiera estas líneas en 1949, se construyó el primer barco camaronero, y en la década siguiente se armaron más de 150 barcos para la captura de esta especie. Cfr. Ronaldo González Valdés, Sinaloa: una sociedad demediada, México, Juan Pablos editores, 2007, pp. 30-31.
[16] El romanticismo “en el plano de la estética y la moral es, posiblemente, una bandera de gran categoría (…). Pero en el plano social, el romanticismo necesita el gobierno de la más alta conciencia, la vigilia del pensamiento, el esfuerzo supremo de la razón”. Cfr. “Evolución tardía de la provincia”, ensayo citado, en la compilación de Martha Bonilla, Op. Cit., pp. 121-122.
[17] “Tendencia romántica de Sinaloa”, en Letras de Sinaloa No. 54, Culiacán, 15 de diciembre de 1955, p. 17. Fondo Carlos Manuel Aguirre AHGES. Cursivas mías, RGV.
[18] Las última tres citas, con excepción de la que antecede, se encuentran en “Evolución tardía de la provincia”, citado, pp. 117-124. El Guacho pudo conocer, a través de sus relaciones con militantes del Partido Comunista Mexicano, las publicaciones para el mundo hispano de las obras de Marx rescatadas desde los años treinta por la Academia de Ciencias de la URSS.
[19] En la compilación de escritos de Gramsci sobre la educación hecha por Mario Manacorda, La alternativa pedagógica, Madrid, Fontamara, 1981, p. 187.
[20] En “Elogio a Chuy Andrade”, citado, p. 79.
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