Revista del Pensamiento Político

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Salud y Política

Introducción

¿De dónde vino el impulso inicial para escribir sobre la relación que guarda la salud mental con la actuación de las personas y de modo particular con quienes se dedican a la política?  Intuyo que de la necesidad de entender el respaldo popular que reciben algunos personajes públicos metidos en política a pesar de los pobres resultados que entregan en las responsabilidades públicas que mantienen. Un caso bajo esas consideraciones, a mi juicio incuestionable, es el de Andrés Manuel López Obrador, presidente de México desde diciembre del 2018, quien llega al poder con gran apoyo popular que ha sabido mantenerlo en buena medida hasta la fecha, lo cual no debiera sorprender si los saldos de su gestión presidencial fueran aprobados mayoritariamente, cosa que no es así, según lo muestran la mayoría de los estudios de opinión que se realizan regularmente sobre el tema. Asombra ver que el gobierno de la 4T sale reprobado -excepto en la ayuda económica que entrega a los sectores necesitados-, pero la popularidad del presidente sigue siendo satisfactoria, aunque ese apoyo popular ha tomado una tendencia a la baja en los últimos meses según los resultados de la última encuesta de Saba Consultores levantada el 12 de diciembre de 2022.

El problema al que nos referimos se puede explicar de varias maneras, regularmente se hace desde las ópticas que ofrecen las teorías sociales, aunque los análisis quedan a deber en las razones que explican por qué la calificación de la obra oficial es negativa y la de quien la ejecuta es positiva. Dilema que pudiera aclararse si sabemos que Obrador prefiere la lealtad a la experiencia y al dominio profesional de sus colaboradores, o bien, aunque de modo menos sencillo, tomando como ejemplo el tema sagrado del Diluvio Universal, causa de una catástrofe sobre el mundo vivo del planeta ordenada por el Autor de la tragedia a quien nadie le negó su fe y obediencia. Cambiando lo que tenga que modificarse, la comparación es válida para entender la actuación política de López Obrador en la que su obra de gobierno sale reprobada, en tanto que la devoción de sus fieles se mantiene intocada. Son sentimientos y emociones, no la razón lo que favorece a López Obrador.  

Algo está mal en la ecuación, sin embargo, anomalía que Obrador celebra cuando dice exaltado “no le han quitado ni una pluma a mi gallo”. Valga, a qué se debe el reto, es la pregunta, seguramente a la toxicidad que se respira actualmente en el ambiente social y político en México. Y es precisamente en ese aire contaminado donde se encuentra la explicación de lo que las ciencias políticas, económica o la sociología no han podido elucidar con suficiente claridad.

A la curiosidad de las ciencias no hay problema humano que se le pueda escapar definitivamente. Aún queda el análisis del individuo, sobre todo el de su estado mental, y con mayor particularidad cuando se trata de una persona que hace política. Regularmente, en todos los países el estado de salud de los gobernantes es un asunto de la agenda pública enfocado más en las enfermedades del cuerpo que en las de la mente.

Traigo a cuento el famoso refrán que dice “de poeta y loco todos tenemos un poco” puesto que, en efecto, pocas gentes pueden declararse ajenas a esas posibilidades en mayor o menor grado en algún momento de su vida. No obstante, esta supuesta y graciosa universalidad del mal psicopatológico, en el caso de los políticos, puede ser un factor de equívocos en sus decisiones y actos, eventualidad grave puesto que la actuación del político es de carácter público y como tal impacta en la sociedad.   

Estado mental y política

Andrés Flores Colombino (1942-2022), originario de Paraguay, especialista en psiquiatría, publicó El animal político (1999) en A&M Editores, Universidad de Texas, en donde aborda el comportamiento de los políticos en función de su estado mental. En la red se encuentra un resumen completo del mismo autor sobre el tema, en el que ofrece una versión compacta de las potenciales consecuencias del estado mental de los políticos en el ejercicio del poder. Las referencias conceptuales en el presente texto de ahí provienen.  

Con base en el estudio citado intentaremos trazar un perfil psicopatológico de López Obrador mediante un método sui géneris, que en modo alguno busca sustituir los estudios competentes para este tipo de enfermedades. Posibilidad que los mismos especialistas en el tema ven lejana debido a que quienes lo padecen no son conscientes de ello. Existe, además, un temor básico a la locura en todos, situación que el político aprovecha para mantener la idea de que no debe ser objeto de estudio sobre el estado de salud de su mente.

La actividad política es propicia para recibir protagonistas con trastornos de personalidad. ¿Cuál es la cura a la paranoia política o para el megalómano?, la psiquiatría tendrá prescripciones válidas para sanar a esas personas, pero en el caso de los políticos lo único que queda es sacarlos del poder por medios democráticos, solución difícil en los casos de regímenes autocráticos laicos,  religiosos o ideológicos como, por ejemplo, Corea del Norte de Kim Jong un, Xi Jinping de China, Aleksandr Lukashenko de Bielorrusia, Alí Khamenei, Líder Supremo de Irán, Vladimir Putin de Rusia, Daniel Ortega, dictador de Nicaragua, entre varios más.

El psiquiatra Francisco Alonso Fernández, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, se pregunta: ¿Cuántos políticos, llevados por factores personales, han cometido errores en sus gestiones? Y advierte: “Cuando un político no disfruta de un estado de salud mental suficientemente idóneo, su conducta rezuma peligrosidad”. De modo que entre los psicólogos y los psiquiatras va ganando más adeptos la necesidad de implantar la selección de los dirigentes y los políticos. Sin embargo, Swanson D. W., profesor de psiquiatría de la Universidad Loyola de Maywood, Illinois, dice: “… no existe ningún camino práctico, incluso en una democracia, para determinar si las personalidades políticas relevantes presentan alteraciones psicológicas.”

Es fácil notar la dificultad de exigir estudios mentales a los líderes políticos, lo que significa un riesgo según lo muestra la historia con las grandes desgracias humanas que fueron “protagonizadas por líderes enfermos seguidos por otros que sintonizaron su locura y (que) han llevado al mundo al borde del desastre y a dolorosas guerras” (ídem). La importante lección que han dejado esos episodios dramáticos, es que las historias de los pueblos dependen en mucho del equilibrio emocional y de los rasgos de carácter de sus líderes.

¿El perfil psicopatológico de AMLO, cuál es?

Bien sea por motivos preventivos o por el desempeño del gobernante se vuelve ingente conocer el perfil psicológico de las personas que gobiernan. El caso que nos ocupa es por el segundo motivo, desde luego que no se pretende realizar un estudio clínico, semejante tarea es imposible para quien escribe -y supongo que para quien sea- por lo que en su lugar construiremos un escenario que nos permita esbozar el perfil del estado mental del mandatario mexicano, correlacionando el marco conceptual que ofrece el doctor Colombino, con rasgos del carácter de Obrador, partes del discurso que maneja y con ciertas acciones de su gobierno.

El estudio sobre neuropatología del Dr. Colombino, en su versión corta, será el guion por seguir. Los síntomas del paciente se rastrearán en las palabras, acciones y obras del presidente, la base diagnóstica se hará a partir de hechos retóricos y factuales del gobernante, de tal modo que nos permita llegar a un perfil interpretativo, lo más verosímil posible, sobre el estado mental de López Obrador.

El Síndrome de Hubris

Escribe Flores Colombino que este mal mental proviene de la Grecia Antigua, se refiere a aquellos héroes cuyos éxitos los hacían compararse a un dios, con ego desmedido y la sensación de poseer dones especiales. Quizás fantasía o realidad, las conductas de esos seres de excepción fueron un acicate para el estudio neurológico del fenómeno en la ciencia médica moderna, específicamente con los héroes modernos de ahora dedicados a la política, susceptibles de padecer cierta “locura” provocada por el poder. “El poder intoxica tanto que termina afectando al juicio de los dirigentes”, resume David Owen, neurólogo inglés citado por Colombino. Enfermedad potencial en aquellas personas, aparentemente sanas de la mente, que incursionan en política y alcanzan el éxito. En la jerga popular esta patología se conoce como “el síndrome del ladrillo.”

Si la toxicidad le gana al político, comienza a creer que lo logrado es merecido y que su éxito se debe a él mismo, con ese ánimo recreado en el poder le nacen inclinaciones megalomaníacas y de ahí evoluciona hacia estados de desarrollo paranoide que le pueden conducir al delirio.

Colombino enlista una serie de manifestaciones del político enfermo de la mente:  Modo mesiánico, tendencia a la exaltación; individuo que tiende a la omnipotencia; agitado, imprudente e impulsivo; con complejo de superioridad; maniqueo, en un gobierno se rodea de funcionarios mediocres; los rivales deben ser desactivados de cualquier modo; forma una red de espías; no soportan la pérdida de poder o de popularidad, si pasara les gana el coraje, el rencor o la desolación.

Las patologías mentales en los políticos no son inevitables en lo absoluto, algunos mantienen el equilibrio emocional por fuerza propia, salud en general, formación cultural y por las condiciones específicas de cada lugar; se ha encontrado que en regímenes con bajo nivel democrático, dictaduras o autocracias, los líderes de esas naciones han padecido o padecen de neuropatologías causadas precisamente por la ausencia de individualidad social  y de una formación cultural libre de prejuicios religiosos o ideológicos. Casos sobresalientes de líderes políticos enfermos de la mente fueron los emperadores romanos Nerón y Calígula, sin faltar Herodes I rey de Judea; en la era moderna despuntan Hitler, Mussolini y Stalin, de más actualidad son candidatos Donald Trump, Kim Jong-un, Vladimir Putin, Chávez-Maduro, los hermanos Castro, Andrés Manuel López Obrador y otros más. Lo común en ellos, a pesar de tiempos y lugares distintos, es el modo personalista de gobernar basado en la autoridad, con ideas fuerza que generan fuerza social y política con la fuerza del Estado sustentada en las fuerzas armadas de modo determinante. Un aparataje de fuerzas con la que dominan en cada nación.

Al diván

En lo que sigue haremos un esbozo del perfil psicopatológico de López Obrador, desequilibrio compartido, en buena medida, por las huestes que lo siguen. La toxicidad del gobernante se ha expandido hacia sus cófrades, las mañaneras cumplen el rol expansivo, de no ser así sobrevendría un vacío de comunicación que le haría vivir una realidad únicamente imaginada por él. La gente del pueblo entregada a Obrador, la militancia y los operadores políticos de Morena, reciben las exhalaciones tóxicas de Obrador con lo que se va creando el micro universo enfermo plagado de mentiras en que actúan. La mendacidad de Obrador está comprobada, en las mil mañaneas alcanzadas el 22 de diciembre del 2022, dado que su pecho no es bodega y en base a sus otros datos, profirió 86 mil 917 falsedades, un promedio de 94 por audiencia, según Luis Estrada, director del Taller de Comunicación Pública; el investigador encontró que de cada tres afirmaciones dos no se pueden comprobar.

Las malas vibras mentales del grupo en el poder son de diferente índole, una es el maniqueísmo con que juzgan, deciden y actúan, principio del que nacen los odios, el rencor y el Resentimiento. En MoReNa, la silaba Re eso significa en el fondo. A ello se agrega el divisionismo y la intolerancia, pautas trazadas por Obrador para dar rumbo y sentido a las actividades de sus adeptos, lineamientos que se extienden por el país con el apoyo de gobernantes estatales y municipales que pertenecen a la causa.

El Dr. Colombino pone énfasis en los siguientes rasgos psicopáticos o caracteres enfermos de alto riesgo en los líderes políticos, la transgresión de las principales reglas sociales, el desprecio a las normas establecidas y al derecho de los demás. No es difícil constatar que esas conductas son compartidas por López Obrador, según se desprende de algunas de sus frases más célebres: ¡Al diablo con sus instituciones! Esta otra sin desperdicio: “A mí no me vengan con que la ley es la ley”. Ambas expresiones son típicas de un psicópata empujado por ansias de poder, las que encubre con el discurso manipulador de …primero los pobres, la patria, la nación, la soberanía, etcétera.

En el político psicópata es frecuente observar mesianismo, cinismo, arrogancia, fanfarronería, altanería, actitudes retadoras y pendencieras, dado su defecto de raíz de considerarse autosuficiente. Las frases ¡No le han quitado ni una pluma a mi gallo! ¡Me canso ganso!, son síntomas psicopáticos del político que las profiere.  

El psicópata espera mucho de los demás, como lo muestra López Obrador quien demanda a sus colaboradores diez por ciento de técnica y noventa por ciento de lealtad. Espera mucho de los demás en comparación con lo que da de sí.  

Otro rasgo que revela una psicopatología en López Obrador se deja ver cuando la comentocracia mediática le crítica que no escucha a sus asesores. La verdad es que no los necesita, no siente la necesidad de consultar a nadie en los asuntos políticos que considera de su exclusiva competencia.

El maniqueísmo de Obrador, lo que digo es, lo que no, no es, se refleja en la expresión ¡No le quiten ni una coma a la iniciativa de ley…cuando les envía iniciativas a sus legisladores súbditos!

Los individuos psicóticos son incapaces de desarrollar una ética y una moral, son anéticos y amorales. Sus nociones del bien y del mal vienen intoxicadas por la carencia de salud mental, aspectos que se dejan ver en Obrador en las maneras cómo reacciona a las revelaciones de manejos turbios de dinero por sus colaboradores, familiares y él mismo. La “justificación” que da a esas acciones delictivas, que no niega, es que son “recursos para el movimiento”, es decir, acudiendo a la máxima maquiavélica de … el fin justifica los medios.

El maniqueísmo de López Obrador alimenta la actitud divisiva de los que le siguen y simpatizantes, con respecto a los que no son ni uno ni lo otro, los ve siempre conspirando contra su gobierno y los encasilla en la parte negativa de la sociedad según le revele su imaginación intoxicada.

En el perfil de un político psicópata no puede faltar el componente narcisista, expuesto a la vista de todos por su carácter ególatra. Reproduzco una cita extensa que me parece describe el fenómeno: “Los narcisistas tienen un sentido grandioso de autoimportancia, sobrevaloran sus capacidades y exageran sus conocimientos y cualidades, … Pueden asumir alegremente que les otorguen valor exagerado a sus actos y sorprenderse cuando no reciben las alabanzas que esperan y creen merecer. Por otro lado, infravaloran los demás”. Vinculado al carácter narcisista está el mesianismo, sentirse redentores que llegan a salvar a todo un pueblo, la frase de Obrador “…yo ya no me pertenezco” exhibe esa convicción en el mandatario mexicano.  

El político psicótico se cree superior, especial y único, espera siempre el reconocimiento de los demás y por lo mismo es celoso. La marcha en la ciudad de México del 27 de noviembre del año pasado, llamada de la Venganza, fue una muestra de la necesidad de reconocimiento de Obrador, nunca satisfecha, de saberse el más poderoso, el que cuenta con el pueblo, de ser el líder social y guía espiritual de las mayorías en México. Por tales motivos el narcisista es víctima fácil de la adulación, así como de los corruptores que conocen su debilidad y el gusto que tiene por el cash que deja huellas, pero no pruebas.

El político narcisista es dado a usurpar mandos especiales y recursos extras, como lo hizo Obrador al apropiarse de fondos públicos guardados en fideicomisos para determinados fines, aduciendo la necesidad de contar con recursos para llevar apoyos al pueblo bueno.

Un rasgo adicional del perfil mental de un político que no goza de salud mental es serparanoico. Quienes padecen este mal son ambiciosos, desean los máximos honores. Se vuelven agresivos y fanáticos de sus ideas -viejas-. Persiguen a sus rivales y adversarios, se imaginan conspiraciones en su contra todo el tiempo. Ven moros con tranchete por todos lados; muestra irrebatible de que Obrador sufre de paranoia fue introducir en la discusión pública la posibilidad de un autoatentado en el intento de homicidio del periodista Ciro Gómez Leyva.

El líder paranoico siempre “sabe” lo que pasa -el presidente Obrador presume saber todo lo que pasa dentro y fuera de su gobierno. Ese tipo de líderes les gusta conspirar, inventar amenazas, ataques en ciernes … son los eternos denunciantes y litigantes que piden informes a todos. Como ejecutivos son absolutos, como legisladores son perfectos y como jueces son tan justos como un dios.

Este tipo de políticos son reivindicadores natos “caiga quien caiga”, no miden las consecuencias de sus palabras ni de sus acciones. Blanden sus “verdades” a diestra y siniestra. Saben que cuenta con el apoyo de sus cófrades, igualmente intoxicados con el toque de las emociones desbordadas y lo menos que harían es poner en duda lo que el líder les diga.

El paranoico no deja pasar ningún comentario que no le guste, Obrador lo muestra en su tribuna diaria en la que dedica la mayor parte del tiempo a defenderse de las críticas a través de fustigar a los emisarios. De esos ataques ni siquiera sus propios correligionarios escapan a los que descalifica en público, antes que en una sesión de trabajo. Reacciona a los defectos de la gente y de su gente, cree que su gleba lo considera como un hombre justo, inclinado a la verdad antes que a los intereses particulares de nadie.

Obrador es un personaje público que padece esta caracteropatía. Cito en extenso: “Así como se sienten perseguidos, también persiguen, con lo que perturban la paz de sus partidos y del ambiente político en general. Son rencorosos, celosos al extremo, incapaces de tolerar las críticas, un señalamiento o una observación sobre todo si están en una fase megalomaníaca. No se trata de una psicosis, de una locura, sino de una caracteropatía. Es muy frecuente que todos los políticos posean una cierta dosis de paranoia, como cualquiera de nosotros, comunes mortales, la función reivindicatoria en los dirigentes políticos está incrementada.  Acentuada, pues toda lucha política o electoral, moviliza el componente persecutorio de todos. Siempre hay enemigos que combatir: los corruptos, la oligarquía, las empresas globales, los conservadores, los violentos, etcétera.

Sin embargo, la peor circunstancia posible es cuando el poder del paranoide se hace absoluto y pretende controlar la sociedad sobre una base delirante en la que se padece de confusión mental, alucinamientos, pensamientos absurdos e incoherentes que son causa de egolatría, manía persecutoria y agresividad.

La ausencia de salud mental en el líder gobernante impacta no solamente en el estilo de ejercer el mando, sino también en las decisiones que toma, muchas de ellas cuestionables por la débil sustentación racional que presentan.

La ansiedad, la histeria y el estrés son otros de los rasgos que caracterizan una patología mental. No han sido pocas las ocasiones en que hemos visto a un Obrador alterado, gritando y haciendo ademanes violentos. Igual en actitudes opuestas con las que busca congraciarse con el auditorio, sin soslayar aquellas en donde muestra seriedad y apego a las reglas de la ocasión. Obrador no es bipolar -un rasgo de paranoia- es multipolar, dueño de un histrionismo que ejecuta según el ambiente en que se encuentre. En todos subyace el deseo de la atención central, la consideración general y la necesidad de relucir todo el brillo que es capaz.

La personalidad psicópata de López Obrador, además de ser una fuente de poder, es el principio de explicación de la forma y el fondo cómo ha conducido su gobierno. Desde el inicio del sexenio comenzó a cambiar la estructura de decisiones al reducir la base de mandos, de modo que pocos asuntos, del nivel que sean, quedaron fuera del control directo del presidente. El caso más evidente fue la desaparición de las delegaciones federales y otras oficinas públicas descentralizadas. Una medida adicional fueron la eliminación de entidades paraestatales que por definición gozan de cierta autonomía, condición inadmisible en una administración con mando cuasi único.

Bajo este esquema concentrador y verticalista se tomaron decisiones de gobierno altamente cuestionables desde varios criterios, presupuestal, económico-financiero, técnico, de pertinencia social, respeto ambiental y de utilidad práctica. Los proyectos icónicos del gobierno de Obrador han recibido un alud de cuestionamientos nacionales como extranjeros, observaciones de todo tipo que Obrador simplemente soslaya. La actitud de Obrador ante esas críticas fundadas es típicamente la de un político cerrado de mente que no sabe escuchar, obstinado en sus propósitos, lo cual no es malo en sí, pero lo es cuando las críticas son racionales, razonadas y respetables.

Obrador no siente ningún cargo de conciencia por el billón y medio de pesos que está costando la interrupción del aeropuerto de Texcoco, al contrario, un pequeño aeropuerto, el AIFA, cuya operación es irrelevante en términos de una solución de aeronavegabilidad sobre el Valle de México, fue su brillante alternativa. Parecida indiferencia ha de sentir por la construcción de un tren que atravesará la zona selvática de la península de Yucatán con costos ambientales graves, dado los mantos acuíferos que se encuentran en esa zona del país. Nada que le quite el sueño después de haber cerrado las estancias infantiles, el Seguro Popular y las Escuelas de Tiempo Completo para los escolares de los primeros grados de la pirámide educativa. Le entusiasma, por el contrario, la avanzada de ocupación que está dirigiendo hacia el Instituto Nacional de Electoral (INE) con el fin de poner bajo el control del gobierno los procesos electorales que se realicen en México, tal como ocurría medio siglo atrás.

El gobernante psicópata no es capaz de generar u hospedar ideas frescas, prefiere lo anquilosado a lo nuevo, el reto de la novedad lo sepulta con recetas anacrónicas que ya mostraron su ineficacia y en cuanto el peligro que representan lo busca ocultar con la sonoridad de sus peroratas, la humildad impostada que adopta, el insulto o el regaño a sus adversarios políticos, con esa personalidad polivalente más digna de un diván de consultorio que de una silla presidencial.

La atención que López Obrador provoca intencionalmente no es solamente para alimentar su carácter ególatra, sino también para distraer la mirada de los ciudadanos, potenciales electores, de los asuntos de su gobierno.

A los políticos hay que pedirles salud mental, recomiendan los psiquiatras y analistas que abordan estos temas. Exigirles flexibilidad, tolerancia, respeto, amabilidad, moralidad, honestidad, creatividad, capacidad de trabajar, de ser pacientes, prudentes, inteligentes para el bien común, que sean dueños de un proyecto existencial que revele su sabiduría y su realización personal, su capacidad de esperanza y de felicidad.

Rayito de esperanza fue el slogan con que López Obrador comenzaba a conocerse. Nada que, a ese faro ya se le acabó la batería.


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