El hundimiento de la oposición en México: recuento de una derrota anunciada
Sergio Alberto Cervantes
El derrumbe estrepitoso de la coalición opositora del PRI-PAN-PRD en las elecciones federales del 2 de junio es todo un acontecimiento sin parangón en la historia electoral del país. La ventaja que obtuvo Claudia Sheimbaum sobre Xochitl Gálvez nadie esperaba que fuera tan abrumadora y contundente. Las encuestas ya lo anunciaban, pero pocos creían ciertamente que ello se convertiría en realidad por la magnitud de la fuerza mediática con la que gozaba esta última y por la alineación a su favor de la Iglesia católica, el empresariado y, lo que se creía, toda la clase media y alta del país. ¿Qué fue lo que pasó? ¿qué llevó a la oposición a perder de esa manera tan aplastante que la deja al borde casi de la extinción?
LAS ESTRATEGIAS FALLIDAS DE LA OPOSICIÓN
Desde su derrota, también aplastante, en el 2018, los tres principales partidos opositores consideraron que luchar solos contra ese gigante electoral en el que se había convertido Morena con Andrés Manuel al frente, los llevaría de nuevo al mismo resultado o incluso a uno peor. La única solución, pensaron, sería crear un gran frente opositor que postulara una candidatura única para darle pelea en las elecciones federales de 2024. Con esa idea se coaligaron y estuvieron presentándose ante la ciudadanía durante todas las elecciones intermedias. Su victoria en muchas alcaldías de la Ciudad de México en 2021, les generó enormes expectativas de que esa era la ruta correcta para arrebatarle el poder a Morena. Sin embargo, no valoraron los tremendos resultados adversos que obtuvieron en otras regiones del país en donde hubo cambios de gobernadores, en los que perdieron casi todo. De 15 gubernaturas disputadas Morena ganó 11, el PAN 2, Movimiento Ciudadano 1 y Partido Verde 1. El PRI y el PRD se fueron en blanco.
Ese año se difundió la idea de que el electorado más ilustrado del país, los chilangos, habían dado señales del hartazgo que sentían de ser gobernados por una izquierda inoperante e inepta, y creyeron que esa sensación se extendería finalmente a todo el país. “La clase media y alta será ahora la que marque la pauta, porque son los que han votado por nosotros en la Ciudad de México y su ejemplo acabará más temprano que tarde por propagarse por todo el país”. Este era el mantra que se escuchaba en todos los medios y columnas afectos a la oposición. Se decía asimismo que la carta fuerte del presidente para su sucesión, Claudia Sheimbaum, había quedado marcada de por vida por el caso Rebsamen y la línea 12 del metro, que era un cadáver político y que su postulación significaría un suicidio por parte del régimen gobernante.
Sobre esta base de falsas ilusiones y cuentas alegres quisieron pavimentar el camino a la victoria tan grandemente anhelada por ellos, ya que los cambios y transformaciones traídos por la 4T los tenían desquiciados. Muchos de los privilegios que habían gozado de manera ininterrumpida durante el régimen del PRI-PAN se vieron cancelados de tajo y eso era algo que ellos no podían sufrir. Los ex presidentes sin pensiones, los empresarios sin salarios de hambre, los medios sin convenios de publicidad, los intelectuales sin sus becas-empleo, en fin, la casta dorada de siempre vio como una gran humillación todas las decisiones que se estaban tomando a favor de las masas empobrecidas por el viejo régimen. Le apostaron todo al apoyo de la clase media y alta, fomentando una política de polarización en relación con los pobres, a quienes en sus redes empezaban a llamar de manera despectiva como chairos. En las dos cámaras del Congreso, sus políticos se opusieron de manera sistemática a toda propuesta de ley que viniera del ejecutivo en favor de los pobres, llegando a tal punto que hasta un expresidente suyo llegó a declarar que iban a poner a trabajar a todos los “huevones” beneficiarios de algún programa social.
La política de abrazos y no balazos sostenida por el presidente López Obrador en relación con su proceder en materia de violencia y crimen organizado fue otra de las grandes apuestas de la oposición para supuestamente ganarse al electorado. Sin comprender el carácter profundamente pacifista de esta propuesta, que entronca con la filosofía de los trascendentalistas norteamericanos Ralph W. Emerson y Henry D. Thoureau, así como con la de su seguidor indio Mahatma Gandhi, la oposición llegó a acusar que eso significaba un entendimiento y complicidad con los narcotraficantes. En realidad, lo que buscaba el Presidente era replicar la Satyagraha gandhiana, es decir, una resistencia no violenta contra el narcotráfico a través de la fuerza o persistencia de la verdad; en este método “se aceptan los medios violentos del rival y se lucha con él a través de la superioridad moral que supone la lucha a través de medios pacíficos…no concibe la mentira y el engaño…se trata de integrar al adversario, no de expulsarlo…y la táctica y medios empleados durante la lucha han de ser progresivos”. El Presidente siguió puntualmente dicho método y lo demostró cuando sin complejo alguno fue a saludar a la madre de Ismael “el chapo” Guzmán en una gira de supervisión de obra pública en Badiraguato, Sinaloa.
Los resultados del método, ciertamente, no fueron muy alentadores, pero las altas tasas de homicidios dolosos y las desapariciones no implicaban una política deliberada del gobierno para que eso ocurriera. La oposición no quiso saber más y se empeñó en calificarlo como narco presidente, epíteto que también endilgó, posteriormente, a la candidata de su partido. Lo que al parecer quería la oposición era que López Obrador desempolvara los métodos de la guerra contra las drogas implementados por el expresidente Calderón y que había traído consigo enormes daños colaterales entre la población civil. El no aceptar que por lo menos la resistencia no violenta había evitado los enormes baños de sangre en las plazas públicas tan frecuentes en los regímenes del PRI y el PAN, y proponer e insistir en las políticas punitivas en contra del narcotráfico, fue un error de cálculo muy grande de la oposición, porque ello en vez de acarrearle votos, le restó. La ciudadanía no les compró la idea de que el Presidente era un narcotraficante más, ni la de que las fuerzas armadas del país deberían actuar de manera implacable y despiadada en contra del narcotráfico. El jueves negro en Culiacán fue ocasión para actuar así y supuso una prueba de fuego para el Presidente. De haber optado por aplicar toda la fuerza del Estado y repeler a toda costa la reacción violenta del crimen organizado ante la detención de Ovidio Guzmán, hubiese convertido la ciudad en un cementerio y entonces sí le hubiera afectado electoralmente. La sed de sangre de la oposición iba en sentido opuesto a lo que quería la ciudadanía de condiciones modestas, principales víctimas en todos los casos del uso de las armas de fuego tanto para generar la violencia ilegítima como para combatirla.
Muchas veces lo dijo el Presidente recordando a Juárez: el triunfo de los conservadores es moralmente imposible, y los resultados del 2 de junio le dieron la razón. El rechazo generalizado a las políticas progresistas desplegadas por su gobierno por parte de la oposición fue otro de los grandes errores de ésta que no le rindieron frutos. Las políticas de acción afirmativa a favor de las mujeres, de los indígenas, de la comunidad LGBT, de las personas con capacidades diferentes e incluso de los propios migrantes tratados casi como connacionales, generaron mucha resistencia en la oposición que terminó pagando en las urnas. En el caso de las mujeres, por poner un ejemplo, atestiguamos que su avance social fue notabilísimo, recuperando y adquiriendo nuevos derechos nunca antes jamás aceptados o pensados. Su derecho al salario igual, su derecho a decidir sobre su cuerpo en caso de embarazo no deseado, su derecho a la paridad en los espacios públicos de poder, etc., son solo una muestra de los grandes progresos que se dieron en esta materia y a los que la oposición nunca vio con buenos ojos por su inveterada reacción antiprogresista. La firma de los 17 compromisos por la Paz, la Vida y la Familia con diferentes agrupaciones ultraconservadoras por parte de la oposición, fue el clavo en el ataúd que ahuyentó el voto de miles de mujeres que no estaban dispuestas a someterse a políticas regresivas; incluso su propio candidato por la CDMX, Santiago Taboada, tuvo que deslindarse de esos compromisos porque ponían en riesgo su enorme avance electoral, lo que al final no fue suficiente porque también terminó sucumbiendo.
Finalmente, la elección de la candidata por parte de las dirigencias del PRI-PAN-PRD no contribuyó en nada que los favoreciera en las urnas. Efectivamente, Xochitl Gálvez no estaba preparada para ser una candidata presidencial de peso. Sus fatuidades y ocurrencias sin sentido le dieron poca seriedad ante el electorado, incluso los de más bajo nivel educativo. Carente de todo carisma y de oficio político, su candidatura nunca pudo despertar la más mínima expectativa, ya que su desempeño estuvo plagado de inconsistencias, titubeos, actos fallidos, errores garrafales y poca claridad de su propuesta política. Un día criticaba al Presidente y su programa de gobierno y al otro día decía que no desaparecería ninguna de sus políticas de asistencia social y que incluso las mejoraría. En sus debates se mostró bastante insegura y pocas veces alzaba la vista hacia el televidente porque no podía hilar tres ideas sin tener que leerlas. En fin, parecía una marioneta en manos de esos siniestros personajes que en ocasiones dejaban ver sus rostros de auténticos canallas. Alito, Marco y Zambrano fueron ellos mismos pesadas lozas que acabaron por hundir a su candidata y su proyecto de recuperar la presidencia de México. Dirigentes que su mejor virtud consistió en socavar la unidad interna de sus propios partidos con tal de enquistarse en el poder y que no vacilaron en ponerse en los primeros lugares de las plurinominales al senado por si su candidata era derrotada, como efectivamente sucedió. Fueron, en pocas palabras, el antivoto total.
La Ruta de la Victoria
No cabe ninguna duda de que la sagacidad política del Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, fue el factor clave para que la candidata de su partido Morena, la doctora Claudia Sheinbaum Pardo, se alzara de manera contundente e inobjetable con el triunfo electoral este 2 de junio pasado. Sus más de 33 millones de votos contra los 15 millones de votos obtenidos por Xóchitl Gálvez representan una aceptación del electorado superior a la que tuvo el Presidente en 2018, considerado hasta ese momento como el super campeón en estas lides. El primer paso que dio López Obrador fue el de la seducción política. Con suma habilidad fue cortejando a los gobernadores priistas de diferentes entidades de la república para que colaboraran en la edificación de su proyecto y se pasaran paulatinamente a su bando. Los defendió a capa y espada de sus propios correligionarios y los puso siempre como ejemplo de buenos gobernantes. A tres años de su mandato ya tenía a muchos de ellos comiendo de su mano y de esa manera pudo conseguir que no ofrecieran encarnizada resistencia hacia los candidatos de su partido en las elecciones intermedias del año 2021, las cuales se llevó de calle. Como dijimos al inicio, de 15 gubernaturas Morena se llevó 11, y todo el mérito debe ser del propio Presidente. Aquí se fraguó el 80 por ciento del triunfo obtenido el 2 de junio, porque era impensable (y no sabemos cómo la oposición llegó siquiera a imaginárselo) que con el control territorial de 21 entidades federativas, el partido en el poder perdiera las elecciones presidenciales venideras. La oposición ciega y sus intelectuales de café atribuyeron esta hazaña política a la intromisión del narcotráfico en el proceso electoral, mas nunca le dieron crédito a la labor de zapa del Presidente que puso a la gran mayoría de gobernadores priistas de su lado, quienes prácticamente fueron los jefes de campaña de los candidatos de Morena, enfrentados a unos rivales que eran auténticos candidatos de paja designados a propósito por los gobernadores para que perdieran en su calidad de simples sparrings.
Esta estrategia del Presidente le acarreó mucho resentimiento por parte de la militancia más pura y dura de Morena, la que provenía principalmente de los movimientos ciudadanos apartidistas y que pensaban que ellos serían el reservorio moral del que echarían mano para rellenar los casilleros de las candidaturas a un puesto de elección popular o para ser designados como funcionarios públicos. Sin tiempo para reaccionar, se vieron de pronto inundados por tránsfugas de otros partidos que los desplazaron de su espacio partidista y que, como buenos conversos, se convirtieron en los más acérrimos defensores de las políticas del Presidente. Los resultados electorales del 2 de junio le dieron la razón a López Obrador: un partido político debe ser constantemente acicateado, como lo hace un tábano con el ganado, para que genere fuertes flujos de corrientes internas que empujen mediante el celo y la competencia, al candidato o candidata de su partido a la meta de la victoria.
Con el triunfo ya prácticamente en sus manos desde el momento de su postulación y después de desactivar un intento de rebelión en la granja de apellido Ebrard, Claudia Sheinbaum hizo lo propio para dar este campanazo electoral que ya ha dado la vuelta al mundo por el modo fulminante en que se logró. Mayoría calificada en la cámara de diputados y casi en la de senadores, siete gubernaturas más que se suman a las 21 ya obtenidas, dominio en todos los congresos estatales, cientos de presidencias municipales, en fin, una concentración de poder casi absoluta, casi “soviética”. Sobria, mesurada, prudente, enfocada, atenta, con soltura corporal e inteligencia sobrada, Claudia Sheinbaum fue mucha pieza para una candidata de la oposición hecha de ocurrencias y vulgaridades que hasta sus mismos impulsores, la clase media, acabaron por darle la espalda a la mera hora. Las propuestas de campaña de Sheinbaum convencieron al electorado porque prometía genuinamente continuar con la política de bienestar social del actual presidente, y no lo hacía solo de los dientes para afuera como Xóchitl Gálvez, quien nunca convenció a nadie ni de sus orígenes indígenas ni de provenir de una cultura del esfuerzo, mucho menos cuando dijo que una persona era muy tonta si no tenía una casa propia a los sesenta años de edad.
A manera de colofón
Va a ser muy difícil que la oposición se levante de este nocaut por lo menos en 12 años. Muchos se van a infartar ante este escenario para ellos dantesco, pero pensemos solamente que cuando fueron poder duraron 70 y más. El PRI y el PRD son ya los cadáveres del sistema partidista mexicano, unos auténticos muertos vivientes, y el PAN tiene que regresar a su origen demócrata cristiano si no quiere correr la misma suerte de los hasta hoy compañeros de viaje. Morena y su nueva Presidenta tienen un reto enorme que ellos llaman segundo piso. Morena tiene que democratizarse y desembarazarse de cacicazgos que ya se han formado en su interior. Los incestos políticos nunca son buenos para un partido, mucho menos para uno que apenas acaba de nacer. Claudia Sheinbaum tiene que empezar a caminar por su propio pie, agradecer primero y desprenderse de tutelas después, porque hay varios establos de Augías que el actual presidente no pudo limpiar, que son propiedad tanto de amigos y cercanos al régimen como de opositores al mismo. Uno de esos establos es la educación impartida en las universidades públicas del país, foco infeccioso de simulación e incompetencia escudado en una malhadada autonomía con la que unos cuantos sinvergüenzas lucran a conveniencia, desafiando impunemente hasta ahora a los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Algo inaudito e intolerable. Aquí está uno de los mayores retos para el nuevo gobierno entrante.P
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