Carlos Calderón Viedas
A la monarquía liberal de Maximiliano de Habsburgo le siguió la república liberal de Benito Juárez. Llega después el liberal Porfirio Díaz que muta a dictador. Las dictaduras no son reversibles, periclitan (casos URSS y Pinochet), o caen por fuerzas políticas armadas bajo la bandera de la libertad, así llegó el liberal Francisco I. Madero, a quien defenestran posteriormente con un golpe militar. De nuevo la fuerza hace a un lado al dictador frustrado Victoriano Huerta. El poder pasa a manos de los militares revolucionarios triunfantes. Las huellas liberales se pierden en un largo camino de setenta años.
La largueza de la historia resumida en unas cuantas líneas es un abuso que me permito puesto que no me anima hacer un breviario, sino exponer un derrotero similar de ideas políticas en casos concretos distintos. La ruta muestra, no explica, la reversión de las ideas liberales hacia otros objetivos mediante una práctica política permeada con ideologías, historias y proclamas justicialistas. El liberalismo no tiene pasados tan poderosos, ni futuros prometedores al alcance de cualquier imaginación. Este desbalance sencillo pasa fácilmente entre la gente ordinaria y es abrasado por los radicales de izquierda, con lo que se abren las puertas de salida de la libertad que permiten llenar el espacio vacío con figuras y mitos redentores.
Eso pasa y ejemplos hay en los que las banderas de libertad se arrean para ondear las de la justicia y la honra de la patria. Para citar los cercanos, ocurrió en Cuba, igual en Venezuela, pasa en Nicaragua, en el inicio de esa ruta de desprecio a la libertad se encuentran también Colombia con Petro, un desalentado Boric en Chile y, desde luego, México con López Obrador.
Pasa en las naciones, pero igual en partidos, instituciones o movimientos de masas en los que la libertad es un comienzo que nunca concluye debido a que es frustrado o mediatizado con la consecuente desvalorización de la democracia, un valor intrínseco al liberalismo moderno.
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